Por Marco Tello

 

Marco Tello
Esto que perturba la tranquilidad hogareña puede también trasladarse al convivir republicano, cuando el nuevo cuadro del ordenamiento legal del país empieza a ser mirado desde posiciones, intereses y gustos diferentes.


Cada cuadro poseía su encanto; pero había uno en especial que llevaba a la señora a creer que había hallado lo que buscaba tan afanosamente: un cuadro que hiciera juego con el ambiente remodelado de la sala.
-Algo hace falta aquí -había comentado hace unos días el marido, midiendo con la vista el espacio vacío de la pared de fondo.
-Talvez una acuarela.
-Una pintura antigua   -había precisado él, ladeando la cabeza como si ya contemplara la obra de arte sobre el color rosa pálido que se iba ensombreciendo hacia los ángulos.
Como no se había vuelto a hablar del asunto, ella asumió la tarea de conseguir lo que hacía falta, de acuerdo con el criterio del marido, cuya pasión por la fotografía le daba autoridad en el manejo de las luces y las sombras. De modo que ahora escuchó con atención las explicaciones del joven anticuario, que ponderaba el mérito, la antigüedad, la delicadeza y perfección en la factura, mientras ella contemplaba de cerca; arqueaba las cejas, retrocedía para mirar de más lejos, como suele hacer frente al espejo, pero adoptando aquí el aire misterioso que adoptan los marchantes. Inclinaba el cuerpo, giraba la cabeza, se sacaba las gafas y las volvía a equilibrar sobre la punta de la nariz para no dejar que la engañara el reflejo de la luz en los cristales.
No cabía duda; era lo que necesitaba. Dentro de un delicado marco de nogal, un poco empolvado hacia los bordes, una niña con la cabellera alborotada por el juego del pincel contra el azar, miraba con ojos enormes, penetrantes, y sostenía un clavel que entreabría los pétalos hacia el espectador. A punto de parpadear, esa mirada conmovía como una gota de lluvia en la superficie de un estanque. La voz del vendedor la devolvió a la realidad; pues valoraba, con gesto amable y convincente, el mínimo detalle: la sonrisa inocente, el fulgor en la pupila, la boca que dejaba ver la humedad en los labios. En la esquina inferior de la tela, se adivinaba una firma reconocida por el arte de trasladar al lienzo el movimiento interior del personaje. Era lo que ella ambicionaba. Sin dudar un segundo, convino rápidamente en el precio, salió y retornó con el dinero.

 

 

De vuelta a casa, no cabía en sí de gozo y se apresuró en fijar el cuadro antes de que llegara el marido. Quería que cuando él viniera se encontrara con la mirada profunda que iba a presidir las reuniones hogareñas desde el fondo de la sala. Si no obraba así, tendría que soportar sesiones interminables; el   cuadro daría vueltas por toda la casa hasta que se acomodara al gusto del amante de la fotografía, a sabiendas de que lidiar con él era causa perdida. Si las desavenencias surgían de ordinario por asuntos baladíes como la posición de un florero, una gota olvidada sobre un mueble, era dable esperar la grande que se armaría si, antes de verla bien colocada, hallaba por allí arrimada comoquiera la nueva adquisición. Desafortunadamente, no tuvo tiempo para apaciguar sus temores, porque el marido regresó en forma inesperada. Todo fue entrar, ver el cuadro arrimado a la pared y a ella   con el martillo, para que se le agrandaran los ojos y se le arrugara el entrecejo.
- ¿Qué haces, hija? €“preguntó a boca de jarro, llevando las manos al fondo de los bolsillos para no perder el equilibrio. Sin aguardar respuesta, se desató en mil responsos. Empezó por el precio desmedido y luego por el mal gusto del clavel y, así, por cada mínimo detalle: el tamaño inadecuado, el azul que no combinaba con el rosa pálido de la pared ni con el color de los muebles, y terminó con su punto de vista de fotógrafo, ya que él habría obtenido un retrato mucho mejor con los efectos de un simple juego de la cámara. Antes de dar media vuelta y desaparecer, hizo el resumen de sus observaciones:
-No creo que vayas a hacer huecos en la pared recién pintada.
A la mujer se le deslizó el martillo de las manos. Nunca supo si fue el golpe, al caer, o si fue un sentimiento de odio lo que la llevó a pensar con ternura en el joven anticuario.
Esto que perturba la tranquilidad hogareña puede también trasladarse al convivir republicano, cuando el nuevo cuadro del ordenamiento legal del país empieza a ser mirado desde posiciones, intereses y gustos diferentes.

 

 

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