Sandra Ibelia ingresó de ocho años a la Escuela de Danza del Conservatorio José María Rodríguez, contra su voluntad, de manos de la madre que le impidió que hiciese lo que quería, la gimnasia olímpica

Sandra Ibelia Gómez Navas, de 28 años, madre de un niño de tres, ha cobrado pasión por su oficio. Su trayectoria ha sido ascendente, desde que dio los primeros pasos bailarines bajo la dirección de Osmara de León, la maestra a la que debe su afición y su formación, así como a Blanca Álvarez y Clara Donoso, a quienes recuerda con afecto.
A los 17 años ya estaba segura de que su vida la dedicaría a la danza en serio y se incorporó al grupo de Danza Contemporánea de la Universidad de Cuenca, donde permaneció hasta el año 2008, desarrollándose y perfeccionándose a un más alto nivel para producir y actuar con profesionalismo.
También se vinculó al grupo de Danzas Independientes, que tras corta vida se disolvió, pues esta clase de agrupaciones, si no están consolidadas con la mística, la pasión y la constancia, acaban por tener vida pasajera. Pero fue oportunidad para acumular experiencias que le han permitido participar en festivales nacionales de danza y artes escénicas en varias ciudades del país.
Segura de haber completado su formación y de su capacidad, desde hace un par de años trabaja en forma autónoma, dirigiendo un grupo que ensaya en el Museo de la Medicina, cuyos 14 integrantes acaban de ofrecer un singular espectáculo artístico el 12 de mayo en el teatro Sucre, de Cuenca.

La coreografía Amores Urbanos fue presentada en el Festival de Artes al Aire Libre, en Guayaquil; Travesía, en un festival de danza en Quito; la denominada El Final, un homenaje al Encuentro de Literatura Alfonso Carrasco, de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, en noviembre del año pasado; y, Los Aciertos, Ášltimo Siete, con alumnos de la escuela de Artes Escénicas de la Universidad de Cuenca.

Cada presentación es una prueba para conocerse a sí mismos y también al público. Sandra Ibelia dice que ninguna actuación se parece a otra, siempre hay reacciones diferentes de los espectadores, así como frente al lugar en donde se actúa.

La criatura que a los ocho años fue por la fuerza al Conservatorio, ahora es feliz de realizarse a plenitud a través de la danza y el arte escénico. Lo que espera es que las instituciones públicas y privadas entiendan que la danza no es un pasatiempo, sino una actividad profesional que necesita el mismo apoyo que dan a otras expresiones culturales.
Es feliz, además, porque ha sido notificada de que el Ministerio de Cultura le adjudicó un premio por su producción coreográfica, a través del Sistema Nacional de Premios. Aparte de la gratificación económica de diez mil dólares, el reconocimiento es un estímulo para continuar haciendo lo que le gusta para realizarse en la carrera que, aunque inicialmente no la escogió, ha llegado a ser parte de su vida. "Yo soy testaruda, para seguir adelante", confiesa.