Jaime Patricio González |
Premiá de Mar, a 30 minutos por tren desde la estación de Cataluña en el centro de Barcelona, está a orillas del Mar Mediterráneo. Allí hay muchos emigrantes ecuatorianos que fueron a probar suerte lejos de su Patria. Jaime Patricio González Uyaguari es uno de ellos. Había trabajado en Cuenca más de 10 años como chofer de la Coca Cola, pero quedó sin empleo cuando la fábrica se mudó a otra ciudad del Ecuador.
Entonces viajó en 2003 ilegal a los Estados Unidos y cayó preso cuando en una escala en Texas le descubrieron su nombre y su pasaporte falsos, para ser remitido a España, no sabe por qué.
Tras varios días preso en Madrid, fue enviado a París, de donde otra vez le devolvieron a España para que siguiera preso no sabe cuántas semanas, sin diferenciar cuándo era el día y cuándo la noche, ni tener más contacto que con indocumentados de otros países a los que también despojaron de las pertenencias. No le faltaron torturas para probar si fuera terrorista como aquellos que derribaron las torres gemelas.
Los familiares ignoraron su suerte, hasta cuando le pusieron un abogado de oficio que logró que le dejaran libre porque no podía seguir preso en España por un problema ocurrido en los Estados Unidos.
Al fin hizo contacto con dos cuñadas que residían en Barcelona y le acogieron, hasta que la esposa, Blanca Polo, enterada de la desgracia del marido, emprendió el viaje como turista €“entonces no se exigía visado a España- y se unieron los dos para encarar el reto de sobrevivir en la lejanía, dejando a dos hijos menores. Ahora han arreglado su situación de indocumentados acogiéndose a una ley especial de 2005 y son ciudadanos españoles.
Gladys Polo, la primera en migrar de cuatro hermanos hacia España, es el alma del grupo familiar y la que aparte de haberlos acogido y ayudado en las penurias iniciales, los mantiene unidos, para sobrellevar con alegría y optimismo la ingrata aventura del extrañamiento.
La suerte cambió para Patricio y Blanca cuando él como albañil y ella empleada de aseo en casas particulares, ahorraron lo suficiente para adquirir un departamento en Premiá de Mar y llevar luego a los hijos para juntar a la familia entera. Además, pagaron la deuda al coyote que inicialmente fue de 12.500 dólares y con los intereses subió a 25 mil.
Pero siempre añoran la Patria y a los seres queridos distantes. La crisis económica global les ha golpeado desde hace un par de años, cuando la empresa para la que trabajaba él se fue a la quiebra y le despidieron. Ahora recibe una menor remuneración y no tiene seguridad social.
Patricio conoce el plan del Presidente Correa para el retorno de los emigrantes, pero teme aplicarlo sin la seguridad de un ambiente de estabilidad en el futuro. Es difícil correr el riesgo de volver a la Patria y no poder retornar a España si las cosas no van bien. Á‰l gana alrededor de 20 euros por hora y trabaja hasta 10 horas cada día, mucho más que los 200 dólares que podría obtener al mes en su país. Los hijos asisten a colegios y tienen sus compañeros y amigos a los que tampoco quisieran dejarlos.
Patricio González es uno de miles de ecuatorianos exiliados por la crisis de empleo en el país, y ha logrado no solamente sobrevivir, sino mejorar las condiciones de vida, con decisión, sacrificio y ambición de superarse. Los fines de semana reúne a todos los familiares para compartir las novedades de la vida, los recuerdos de la Patria y de los seres queridos distantes.
También es oportunidad para reunirse con los compatriotas en la Plaza La Mina, de Barcelona, donde los sábados por la tarde y los domingos se dan cita cientos de ecuatorianos para jugar partidos de Ecuavoley que constituyen verdaderos espectáculos, por la garra con la que defienden su cancha y las apuestas.
Pero él es más feliz en los días de descanso al recorrer en su vehículo, con la mujer y los hijos, por las ciudades de la Costa Brava española €“siempre escuchando la música popular ecuatoriana- o de acoger con generosidad a los paisanos que asoman por el pueblo ajeno, al que lo ha hecho suyo.