Un paraje amazónico estancado en los confines del tiempo y del espacio: la geografía le ha sitiado con cerros neblinosos y el siglo XXI es todavía una irrealidad para sus pobladores

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La explotación artesanal del oro atrajo a mineros de todas partes en los años 80 del siglo pasado, para formar algo como un pueblecito de casas improvisadas entre los recovecos de la selva accidentada con quebradas abruptas. Está en la provincia de Zamora.

Por entonces alrededor de 15 mil personas vivían entre las breñas y los montes, excavando túneles por los que extraer la tierra para las chancadoras y las lavadoras. La mayor parte del oro se iba en desperdicio, pero los sobrantes forjaron fortunas, y también miserias.

Los lavaderos entraron en crisis luego del apogeo y ahora allí no hay más de dos mil quinientos habitantes, que todavía rasguñan las entrañas de la tierra en pos del metal precioso, más por costumbre, que por negocio. La gente huyó por los caminos de la emigración.

Los mayores de Nambija recuerdan aquellos tiempos en los que los funcionarios del Banco Central, en los años 90, llegaban en helicóptero para comprar el oro destinado a la reservas del Estado en la capital de la República. También llegaban negociantes particulares expertos en explotar el sacrificio y el trabajo ajenos, para llevarse las fortunas por los aires.

Eran tiempos dinámicos, de multitudes enlodadas y mugrientas hormigueando en los socavones, de bullicio de discotecas, restaurantes y prostíbulos. También de crímenes asociados a la fiebre del oro, ahora difícil y esquivo.
Nambija es un pueblecito fantasmal. La gente y las casas han envejecido y más que una urbanización, es una ruina habitada por gente que no conoce otra forma de sobrevivir que la pobreza, la incomunicación y el abandono. ¿A quién le importa cómo vive y muere la gente en Nambija?

Por eso, el 12 de junio pasado fue toda una celebración ver otra vez en el lugar a funcionarios del Banco Central, no para llevarse el oro, sino para traerles ayuda: la casa que servía como oficina de comercialización fue entregada al Ministerio de Educación en comodato por 25 años, para la escuela Bernardo Valdivieso, con 150 niños.
 
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En 1990 el Instituto de Desarrollo Agrario había entregado al Banco Central algo más de 10 hectáreas de terreno para ubicar sus oficinas e instalaciones, incluido un helipuerto. La propiedad quedó sin uso desde que el Central dejó de comercializar el oro y han cambiado las funciones de la institución.

"Lo mejor que pudimos hacer es entregar las instalaciones al Ministerio de Educación para que allí funcione la escuela, se desarrolle, mejore su infraestructura y brinde un buen servicio a la población", dijo Fernando Andrade Amaya, Gerente de la Sucursal del Banco Central, sucursal de Cuenca, por cuya iniciativa se dio buen uso al predio abandonado.

En su proyecto está entregar otras ayudas a Nambija a favor de la niñez, el tesoro que queda en el lugar, para que por la educación venga el progreso, el desarrollo, el bienestar. La próxima vez llevará computadoras y muebles para uso de los maestros y los niños, aprovechando la renovación de equipos en las oficinas de Cuenca. "No regalaremos €“porque la ley nos prohíbe- pero les daremos con todas las facilidades posibles", dice.
Para quienes quedan en Nambija, ha vuelto a nacer una esperanza.
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El Gerente Regional del Banco Central, Fernando Andrade, en medio de autoridades de educación y del Comité de Padres de Familia, presidió la ceremonia de entrega de los predios a la escuela del lugar.

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