Por Yolanda Reinoso
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No podría dejar de contar lo visto en la carretera Kampala-Masaka, que es el tramo que nos interesa como ecuatorianos que somos: al dejar la capital e iniciar el viaje me turbó darme cuenta de que la familiaridad extrañísima que veía a mi alrededor era más que un desliz mental de los que llaman "déjÁ vu". Me parecía ya haberlo visto antes: el paisaje verde de platanales que aún no maduran, gente caminando por las cunetas, equilibrando sobre sus cabezas canastas de naranjas, sandías, mangos, niños saltando la soga o jugando con bolas afuera de casas sin duda no muy acomodadas, carros transportando caña de azúcar y otros que nos pasaban dejando tras de sí ese olor tan característico del cacao recién cultivado, un río de considerable anchura que fluye e irriga el terreno a su paso mientras de algún lado sale el olor tan penetrante y delicioso del café molido; ¿les estoy trayendo a la memoria lo que se observa en las carreteras de la Costa ecuatoriana?
Pronto comprendí que la similitud se debía más que a los elementos descritos, pues los productos que se cultivan en la zona, la productividad del terreno y otras características orográficas tienen que ver con la influencia de la línea ecuatorial, que cruza Uganda entre otros países africanos y que, como nuestra mitad del mundo, obliga a los viajeros a hacer un pare en su recorrido y a poner un pie en el hemisferio Norte y otro en el Sur, a pesarse para comprobar que el peso corporal es menor y a ver cómo el agua que sale de un grifo en el hemisferio sur, no sigue el curso de las manecillas de un reloj sino que gira hacia el otro lado, a comprarse un llavero de recuerdo que dice "yo estuve en la línea ecuatorial ugandesa": como estar en nuestra mitad del mundo, sólo que en el continente africano.
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Allí mismo, a cien metros del monumento que indica los hemisferios, se destaca un gran letrero que reza en inglés y suajili lo que en español quiere decir: "la corrupción mata", o sea que ahí todos los países del mundo ya encontraron un punto en común con Uganda, pues ni el Estado más desarrollado y organizado se ha librado de actos de este tipo. Volviendo a lo de la oportunidad de conocer culturas diferentes, vale decir que es increíble hallar puntos coincidentes con la propia aun en los lugares que creemos más alejados que ningún otro de nuestra realidad. Así, cuando usted viaje, incluso si el recorrido es corto, digamos entre Cuenca y Azogues, vea lo que pasa en las carreteras, observe los sembríos y a la gente y recuerde que a la vuelta de la esquina existen otros mundos que no percibimos a diario y que, al ser tan diferentes a los nuestros, también nos ofrecen un motivo para ver cómo somos nosotros mismos.