Por Rolando Tello

Un afectuoso homenaje rindió Cuenca a la artista a la que el destino le trasplantó a la tierra morlaca para que hiciera una labor artística que la convirtió en uno de los personajes más queridos y populares de la ciudad

 Osmara, la bella danzarinaOsmara, la bella danzarina cubana, de padres españoles, que en 1951 entusiasmó hasta el delirio al público cuencano en el teatro Sucre, volvió a subir al mismo escenario el 21 de enero pasado –58 años después- para agradecer a Cuenca por haberla acogido toda la vida.

La Municipalidad, la Bienal de Pintura, la emisora Ondas Azuayas y varias instituciones le rindieron un homenaje especial, empezando por el Alcalde Marcelo Cabrera que la declaró “hija ilustre de la ciudad”, en reconocimiento a su extensa trayectoria de cultura y arte.

Ella actuó en Cuenca en 1951 en forma casi accidental, haciendo alto en un recorrido por capitales latinoamericanas donde llenó teatros, fue aplaudida por grandes públicos y recibió elogios de periódicos de México, Caracas, Bogotá, Lima, Buenos Aires, La Paz y Guayaquil: a la calidad artística de sus actuaciones sumaba la singular delicadeza de su rostro y el esplendor de su cuerpo en plena juventud.

Era una artista con formación académica desde la infancia en la danza, el canto y el piano. Su madre descubrió sus aptitudes innatas y cuando tierna aún pasó de residir en Santiago de Cuba a Zaragoza y Barcelona, en España, la matriculó en academias donde se cultivó bajo la dirección de grandes maestros.

Su nombre propio es Carmen Estrella Villamana Bretos, que lo perdió para llamarse Osmara desde que, tras un período de actuaciones celebradas en México, el periodista Lotario Celi le sugirió el nombre exótico, con dejo oriental, con el que  vino por primera vez a Cuenca y se identificaría para siempre.

Osmara, la bella danzarina hace 58 años
Actuación de la artista
hace 58 años.

 El empresario Luis Arias Argudo le había invitado un día, luego de una presentación en Guayaquil, para que actuara en Cuenca, ciudad de la que nunca había escuchado el nombre. No le atrajo la propuesta, pero acabó persuadida ante la insistencia y estuvo en Cuenca, donde el destino la retendría de por vida.

Llegó por la noche y se desencantó de la ciudad pequeñita, sombría, sin gente en las calles, pero al amanecer del otro día se sorprendió al percatarse de que en la ciudad había más luz que en otras ciudades americanas y le gustó la gente: “La gente era hermosa, parecía una raza distinta de América, una raza propia de Cuenca. Los rostros de la gente eran bellos, me enamoré de Cuenca”, diría en una entrevista que publicó en septiembre de 1982 la revista AVANCE.

Su actuación espectacular entusiasmó el ambiente cultural y al gran público. De aquí se despidió para ofrecer presentaciones en Ambato, Quito, Ibarra y otras ciudades, antes de proseguir su periplo internacional conquistando éxitos. Siempre en su público aparecía un caballero que la aplaudía con frenesí: Ricardo León Argudo, pintor cuencano que la siguió por todas partes, hasta contraer matrimonio con ella en Quito el 12 de abril de 1951.

A partir de entonces Osmara se entregaría a enseñar la danza en la ciudad que la adoptó, luchando contra los obstáculos que le salían al paso, desde la desconfianza de una sociedad tradicional que miraba con escándalo a las adolescentes exhibiendo las piernas desnudas. Las críticas negativas, los pasquines y hojas volantes acusando de inmoral al trabajo artístico, ni las amenazas de excomunión insinuadas en los sermones, flaquearon la voluntad de la joven que más bien asumió el desafío de seguir adelante con más voluntad y fuerza.

Osmara, la bella danzarina Osmara, la bella danzarina

Hubo señoras que retiraron de las clases de danza a sus hijas y hubo quienes propalaron rumores de que los forzosos movimientos ponían en Osmara, la bella danzarina riesgo la virginidad sagrada y cotizada como un tesoro femenino. Osmara llegó a hacer público un certificado médico para desvirtuar con criterios científicos semejantes disparates.

Una comisión de damas acudió ante el obispo Daniel Hermida intentando dar explicaciones a favor de la joven artista y maestra, pero el prelado no accedió a recibirlas siquiera, pues una de ellas llevaba una blusa que exhibía parcialmente descubiertos los brazos y era el colmo de la indecencia aparecer con tan impúdicas prendas ante la máxima autoridad religiosa de la ciudad conventual, católica, apostólica y romana.

 La artista tuvo el apoyo de los personajes más notables de la cultura, pues su presencia había despertado inquietudes que podían enriquecer la tradición intelectual de la ciudad, a través de una moderna expresión de arte. Eran tiempos en los cuales la poesía era la expresión cultural más representativa de Cuenca y los poetas notables dedicaron poemas a la bailarina que los reactivó su inspiración. Con estos estímulos ella siguió adelante y formó a jóvenes –varones y mujeres- que destacaron en actuaciones nacionales y aún en el exterior, difundiendo el folclor local que hasta entonces no había sido advertido ni valorado: su grupo fue a Miami y obtuvo el segundo lugar en un evento a nivel americano.

En 1959 el Rector de la Universidad, Carlos Cueva Tamariz, invitó a Osmara para fundar la Escuela de Danza de la Universidad, establecimiento que años más tarde pasaría a formar parte del Conservatorio José María Rodríguez. La persistencia, el esfuerzo, la disciplina, hicieron que Osmara al fin triunfara y fuera reconocida como un personaje singular de la actividad cultural cuencana.

Osmara, la bella danzarina Su trabajo fue premiado por el Ministerio de Educación que en 1967 le entregó la condecoración Al Mérito Cultural de primera clase; la Municipalidad le confirió una presea por sus aportes para enaltecer la cultura cuencana. También los padres de familia, en varias oportunidades, aplaudieron y agradecieron la formación artística que ella dio a sus hijos e hijas. En 1998 el Congreso Nacional le aprobó una pensión vitalicia de cinco salarios mínimos, beneficio que resulta corto para compensar a alguien que ha entregado su vida en beneficio de la cultura cuencana.

Osmara dedicó a Cuenca toda su energía y todo su entusiasmo, transformada en personaje promotor de festivales, citas de música y danza, a través de los cuales elevó el nivel de sensibilidad del público. Además, incursionó en la radio a través de Ondas Azuayas, presentando radionovelas en las que actuaba ella misma, en tiempos anteriores a la televisión, en la que también se introdujo en tiempos del Canal 5 de Ondas Azuayas en la década de los años 70.

Mujer apasionada por la comunicación social, se mantiene vigente con programas en la emisora con la que identificó su voz y sus sentimientos. Su voz educada y cultivada con esmero, cuando en la infancia y la juventud residió en España, mantiene la claridad y timbre inconfundibles, familiarizada con el público de varias vertientes generacionales.

El homenaje el 21 de enero en el teatro Sucre, fue un gran acontecimiento cultural. El acto mostró que Osmara se mantiene en el corazón de los cuencanos, como suelen hacerlo hacia personajes que de veras lo merecen. Los 58 años que separaron la presencia de la artista en el teatro Sucre, como que no habían pasado, más allá de las diferencias entre la escultural danzarina con los pies descalzos de 1951 y la dama octogenaria de estos días: los aplausos, en una y otra vez, retumbaron con el público por igual de pie en actitud de admiración, respeto y cariño.

Esta vez, lamentablemente, ya no estuvo aquel personaje que la perseguía por todos los escenarios donde ella actuaba: Ricardo León Argudo, el artista pintor que fue su esposo y le dio tres hijos, murió en un accidente en 1996. 

Febrero de 2009

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