| El "Benigno" se va cargando de leyenda. Se cuenta que a partir de una hora convenida, más allá del crepúsculo, cuando ya no queda un alma en el interior de los altos recintos, empieza la jornada nocturna del establecimiento: pasos lentos, voces apagadas, risas. Son las almas de los antiguos maestros que entreabren quedamente las puertas sin tocarlas y avanzan gesticulando por los corredores |
Entre los edificios que testimonian el gusto de una época en la configuración de la ciudad, se encuentra el colegio "Benigno Malo". La alcaldía, en el antiguo Banco del Azuay, y el palacio de la Corte de Justicia, en una esquina del parque central, comparten con el "Benigno" la influencia francesa que modeló el verso y también el perfil arquitectónico en la Cuenca de la segunda década del siglo XX. Constituyen por ello edificaciones emblemáticas; cada una digna del mayor interés ciudadano para la conservación y el buen mantenimiento.
Una vez concluida la primera fase de restauración, han vuelto a resaltar, hacia el sur de la vieja ciudad, contra el telón de fondo de la cordillera, las proporciones simétricas del "Benigno Malo", trabajadas en ladrillo visto, con el esmero de mil manos anónimas. Los amplios ventanales en arco de medio punto armonizan con las cornisas voladas de los balaustres y las cúpulas rojizas, airosas, desafiantes. Los alumnos han retornado a las aulas para infundir vida a los espacios que han albergado a tantas generaciones.
Alrededor del "Benigno Malo" se concentra gran parte de la historia cultural de la ciudad y de la región; su silueta arquitectónica se yergue como el testimonio vivo de un rico pasado. Si penetra el visitante en la galería de rectores, donde figuran presidentes de la República, ministros de Estado, políticos, hombres de letras, profesionales eminentes, todos ellos educadores abnegados, se sentirá infundido de un respetuoso y reflexivo silencio. Lo que talvez no le asombrará es que, como cualquier edificio que ha albergado a tantas vidas, el "Benigno" se vaya cargando de leyenda. Se cuenta, por ejemplo, que a partir de una hora convenida, más allá del crepúsculo, cuando ya no queda un alma en el interior de los altos recintos, empieza la jornada nocturna del establecimiento: pasos lentos, voces apagadas, risas. Son las almas de los antiguos maestros que entreabren quedamente las puertas sin tocarlas y avanzan gesticulando por los corredores, seguidas en procesión por los alumnos.
Ahora bien, volviendo al tema, resulta admirable el que la primera asignación fiscal destinada para la fase inicial de restauración haya alcanzado para el arreglo total de las cubiertas, la adecuación de los desagües, la limpieza general de la fachada y las paredes interiores, y hasta para la renovación de las instalaciones eléctricas y las seguridades. Ello abona en favor de la solvencia profesional y de la honradez administrativa por parte de quienes han dirigido los trabajos y han manejado los recursos.
Sin embargo, cuanto se ha hecho significa apenas una mano de gato cuando se advierte el estado deplorable en que se encuentra el interior del viejo edificio del plantel. Aunque hay resquebrajaduras en algunos arcos, los técnicos decidirán si son fallas de orden estructural. Pero quien haya ocupado las gradas laterales, por donde suben y bajan tarde y mañana cientos de alumnos, o quien haya caminado por las aulas y los corredores, con motivo de la entrega de los trabajos de restauración, habrá percibido con temor el crujir de los maderos y el temblor de los pisos. Alguien habrá brincado con el golpe de una puerta empujada estrepitosamente por el viento, o habrá mirado con asombro los azulejos de una hermosa piscina convertida en bodega. Bajo las bóvedas de la superficie frontal, quizás haya advertido la existencia de un enorme sótano secreto que podría ser adecuado como un nuevo espacio cultural de la ciudad.
Va para ochenta años la ocupación de un edificio que hoy se mantiene en pie porque, como se dice, Dios es grande. Quienes lo concibieron como centro educativo no lo planificaron para dos mil y más alumnos. Como no lo hicieron, ahora el Estado y la sociedad deben decidir sobre el destino de este hermoso bien patrimonial. Construir en un lugar apropiado otra planta física, a tono con las modernas exigencias educativas y con la creciente población estudiantil, es una razonable propuesta de solución. Restaurar en su integridad el actual edificio para que reluzca como la Alcaldía o la Corte de Justicia, es otra, la soñada, la ideal; pero en este caso, aún quedará por decidir sobre su destino cultural. Mientras tanto, es también importante no perder de vista que en el interior de esta joya patrimonial hay más de dos mil personas en constante peligro.