Por Yolanda Reinoso
A menor fantasía no menos interesante resulta el por qué de la presencia de estas esculturas: simbolizan la fuerza física y de voluntad que implican levantar un edificio con tanto detalle artístico con tanto valor religioso |
| La famosa fachada gótica de Notre Dame de París tiene réplicas en varios pueblos franceses: dos torres con un rosetón en el centro nunca faltan y son, de hecho, los primeros elementos arquitectónicos que nos permiten identificar el estilo en cuestión. Debo decir que fue por necesidad que adquirí este conocimiento, pues al haber tenido la oportunidad de viajar por Francia en tres ocasiones, lo mínimo que podía hacer era informarme acerca de lo que vería. Así pues, aprendí que la fachada de una iglesia gótica de estas catacterísticas, propias de los siglos XI y XII principalmente, es una muestra de esculturas representativas no sólo de historias de orden religioso, sino de la vida cotidiana del pueblo que decidió erigir una construcción y que, sin duda, delinea el perfil reconocible de la localidad. Con variaciones muy pequeñas, las catedrales del gótico francés siguen el mismo patrón en la ornamentación. La entrada del centro es siempre la más grande y en la que se puede observar la Trinidad enmarcada por santos y profetas del Antiguo Testamento y escenas de los efectos del Juicio Final. |
En la parte inferior de esa entrada suele verse al santo de la localidad a más de escenas representativas de la vida diaria: una campesina cargando una canasta, un agricultor echando semilla en el suelo, otro cosechando el producto según la estación del año, alguien más regando las plantas que crecen, etc. Uno de los portales se dedica a la Virgen María y otro a escenas del Nuevo Testamento con inclusión de algunas sugeridas en el Apocalipsis, claramente reconocibles por el horror y la gloria juntos. El rosetón, visto desde adentro, reproducirá siempre más escenas bíblicas con la Trinidad o la figura de Jesús al centro mismo de la perfecta figura geométrica, que gracias a la luz natural que traspasa su estructura de vitrales es por sí misma una pieza única y de las que mayor atención atrae al interior de este tipo de catedrales. Ahora bien. La catedral motivo de este artículo se halla situada en Laon, al norte de Francia en la región agrícola de Picardía (Picardie en francés, del vocablo picardo, que significa picador, nombre con que se designaba en el siglo XII a los agricultores norteños). La descripción general arriba dada del gótico francés, incluye muy bien a Notre Dame de Laon también, sólo con una excepción: al detenernos a "leer" esa fachada, divisamos en lo alto de las torres algo que no se ve en otras de su clase y que por tanto, hacen de ésta algo muy especial: dieciséis esculturas de bueyes miran hacia el horizonte o dirigen su mirada abajo ante el descubrimiento que deja perplejo a todo el que visita este precioso pueblo. |
La leyenda popular cuenta que, luego de un incendio que destruyó gran parte de la edificación, la reconstrucción se hizo ardua debido a la necesidad de transportar las pesadas piedras por andamios poco prácticos, hasta que un día un misterioso buey apareció en escena y ayudó con su fuerza bovina a llevar a lo más alto el material, desapareciendo sin dejar rastro; el pueblo habría decidido erigir las esculturas en honor de este milagroso suceso. A menor fantasía no menos interesante resulta el por qué de la presencia de dichas esculturas: simbolizan la fuerza física y de voluntad que implican levantar un edificio con tanto detalle artístico y con tanto valor religioso. |