Por Yolanda Reinoso


Yolanda Reinoso


Lo imponente del campanario que mide poco más de 80 metros, da una idea de la actitud vigilante de la urbe cuando se erigiera el edificio hacia el siglo XIII, con una torre rematada con agujas que le dan ese aspecto de corona real

 

Como cuencanos con un casco histórico bellísimo, entendemos el valor estético de otras ciudades que tienen a su haber un patrimonio similar. Una de las urbes con las que tenemos este elemento en común, es Brujas, como se ha traducido al español su nombre original que, en neerlandés es "Brugge" y significa "puente". Y la razón del nombre está bien dada ya que esta preciosa ciudad belga cuenta con muchos puentes piedra sobre canales que hacen de espejo a las casas de estilo neogótico que fueron reconstruidas con el fin de salvar las construcciones originales que datan de la Edad Media.
Y así como a ningún centro histórico se le puede agotar en un solo artículo, al menos me gustaría referirme a los espacios que más impacto me causaron en mi paso por Brujas. Siguiendo la guía básica, desde la estación de tren no hay nada mejor que caminar por las calles hasta llegar a "Markt" (Plaza Mayor); andar por esas aceras de piedra, permite ir admirando cada casa, con ese estilo de fachadas de ladrillo con ventanales en cada nivel, rematadas en un gablete que termina en picos y que suele verse también en Ámsterdam, New York, Bélgica, aunque las de Brujas tienen la particularidad de que el gablete a menudo se erige en líneas que imitan una escalera ascendente en lugar de ser rectas, dando un efecto de mayor detalle a la fachada, complementando la presencia de arcos labrados sobre las ventanas.
Quizá el atractivo mayor está en los colores usados, ya que el rojo intenso de muchas de las fachadas le da a la ciudad un aire abrigador.
En la Plaza Mayor, el espacio amplio de adoquín por el cual se pasean los turistas, abrumados ante la belleza de las construcciones, tiene un cierto gusto a solemnidad dado la presencia de un monumento en honor de héroes locales, cual recordatorio de una historia de luchas por establecer la ciudad que hoy es Brujas. Lo imponente del campanario que mide poco más de 80 metros, da una idea de la actitud vigilante de la urbe cuando se erigiera el edificio hacia el siglo XIII, con una torre rematada con agujas que le dan ese aspecto de corona real y a cuyo tope es posible subir si es que uno está dispuesto a lidiar con más de 300 escalones. Y aunque puede ser fatigoso, digo por experiencia que vale la pena, porque desde allí arriba la vista panorámica de la ciudad es mágica, y es más fácil imaginarse la actividad comercial textilera tradicional que debe haberse llevado a cabo en el mercado allí abajo cuando Brujas empezaba a sacar adelante su industria de encajes.
Al bajar, vale detenerse a recorrer en el segundo nivel el museo que guarda 47 campanas, una parte importante del patrimonio cultural, y acudir luego a la Iglesia de Nuestra Señora y a la Catedral de San Salvador, con una herencia escultórica que nos remonta al fervor religioso y a la riqueza artística propia de Europa, el denominador común de sus iglesias.
Con tiempo, Brujas ofrece además museos y otros atractivos, pero en mi caso sólo tenía un día de paso por allí, así que valiéndome de mis pies, recorrí sus calles, entré a sus tiendas de artesanías, de encajes finos, aprecié desde la orilla sus canales, fotografié sus puentes, me deleité con la paz que inspira el Minnewater (Lago del Amor) y el aire místico y abandonado de las Casas de la Caridad, vi a su gente ir y venir en su trajín, y todo eso me hizo comprender que así como yo estaba encantada con la belleza tan particular de esta urbe, muchos sienten lo mismo cuando vienen a Cuenca.
Fuera de su historia reflejada en el casco colonial con sus casas flamencas, lo que mantiene a Brujas en alto es el cuidado que ponen sus habitantes en la limpieza de sus calles, y en el respeto a los espacios públicos.
Hace ya varios años se ha producido el hermanamiento de Cuenca con Brujas a fin de promover el intercambio cultural, el conocimiento mutuo y difundir su atractivo. Seguro sus habitantes podemos aprender unos de otros; a la larga, tenemos en común la necesidad de proteger nuestra riqueza.

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