Este mes se conmemoran 179 años de la muerte del héroe de la independencia hispanoamericana: un niño huérfano, un hombre amado por muchas mujeres, un político que aró en el mar y un anciano prematuro por la tuberculosis

Bolívar nació el 24 de julio de 1783 y murió el 17 de diciembre de 1830.

Los estertores de la respiración anunciaban la inminencia del fin: el médico Próspero Reverend, con las manos de Simón Bolívar en las suyas, sentía desvanecerse el pulso del hombre cuyo rostro sereno emanaba una paz interior profunda.
Seguro del desenlace, se asomó a la puerta del aposento e invitó a los amigos, edecanes y generales expectantes del personaje, para invitarles a ver los instantes finales de su vida: "Señores €“dijo- si queréis presenciar el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo".
El 17 de diciembre de 1830, a la una de la tarde, fue el último suspiro. Este mes se cumplen ciento setenta y nueve años y el tiempo transcurrido no ha hecho más que inmortalizar cada vez más su valor humano, espiritual e histórico.
El Libertador Simón Bolívar, su Patología, es un libro que acaba de publicar Magdalena Molina Vélez, sobre las condiciones físicas y sicológicas del personaje, con investigaciones que dan cuenta de la precariedad de su salud, en contraste con la fortaleza del estratega, el guerrero, el intelectual, el gobernante, el amante, el soñador que luchó por una América unida que no pudo alcanzarla.
Al morir tenía 47 años cumplidos, pero era un anciano que llevaba en la sangre la herencia de la tuberculosis. Juan Vicente, su padre, murió cuando Bolívar tenía tres años de edad y cuando murió la madre, Concepción Palacios, vomitando sangre, apenas tenía nueve.
Simón se vio privado de la lactancia materna, pues las condiciones de salud de la madre tuberculosa le impedían alimentarlo con su seno, por lo que se encomendó a Hipólita, una robusta esclava negra, la obligación maternal de amamantarlo.
Hijo de una familia pudiente de Caracas, cuya genealogía llegaba al siglo X en Vizcaya, España, tuvo una infancia nada feliz por la orfandad que le llevó de tutores en tutores €“familiares o extraños-, hasta dar con el maestro que influiría en forma decisiva en su vida y formación: Simón Rodríguez, un hombre con educación europea que moldeó su temperamento y le enroló en las corrientes más avanzadas del pensamiento libertario.
A los 15 años de edad, Bolívar fue por primera vez a Europa y aparte de involucrarse en procesos educativos y culturales, tendría oportunidad para avizorar horizontes intelectuales y políticos que los proyectaría luego hacia Hispanoamérica, sometida al dominio despótico del ya decadente imperio español.
Contrasta el vigor de la personalidad de Bolívar con la adversidad en la que se impulsó para formarla y robustecerla. En mayo de 1802 contrajo matrimonio con María Teresa Toro, en Madrid, joven vinculada a familias españolas importantes, de la que enviudaría ocho meses después: "Enviudé sin cumplir los 19 años, quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme. He cumplido mi promesa", diría años después.
El 15 de agosto de 1805 €“tenía 22 años- paseaba por las colinas de Roma con Simón Rodríguez y Fernando Toro y al mirar emocionado el panorama de la ciudad eterna, añoró su patria. Entonces dijo a sus acompañantes: "Juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".
Todo lo que haría de regreso a su Patria, sería cumplir aquella promesa, al costo de su propia vida, venciendo distancias y tiempos, para liderar el movimiento independista de Hispanoamérica del yugo español. "El libertador tomó parte en 79 batallas liberadoras, cabalgó 64 mil kilómetros en 25 años de lucha y sacrificio, dejó entre 2052 cartas y 193 proclamas. No menos de 10 mil documentos", apunta la doctora Molina en su libro.
También tuvo fragorosas luchas de pasión amorosa, con mujeres de diversas ciudades y países que le brindaron su entrega, como para compensarle por la frustración de aquel matrimonio prematuramente convertido en viudez. Se cuentan por decenas las mujeres con las que desgastó su vida con la misma pasión que ponía en los campos de batalla, con el arma al brazo.
Los amoríos de Bolívar son parte de su leyenda. Como la historia recoge los triunfales combates de Junín, Ayacucho, Pichincha o Carabobo, evoca aventuras pasionales en la vida del Libertador. Allí está Pepita Machado, joven de la que se enamoró en 1813 cuando vestida de ninfa, colocó flores en sus manos durante la entrada triunfal en Caracas tras una exitosa campaña militar. Ella le acompañaría en una relación tormentosa de seis años, alternada con separaciones inevitables en el apogeo de la vida militar del hombre apasionado por la liberación de los pueblos americanos.
El amor más famoso de Bolívar le unió con la quiteña Manuela Sáenz, hija ilegítima de un español que la casó con el peruano James Thorne para salvar el honor, luego que ella escapara con un oficial realista desde el monasterio en el que había sido internada.
Manuela gritaba vivas al Libertador en medio de la multitud que le dio la bienvenida por las calles de Quito luego de la batalla del Pichincha el 22 de mayo de 1822. Á‰l la miró y la admiró, sorprendido por su belleza, punto inicial de la relación sentimental más prolongada, hasta morir, del conquistador de corazones.
Manuela le acompañó en los momentos de gloria y de infelicidad. Ella conocía las fortalezas y debilidades del gran hombre americano, incluida la enfermedad pública y notoria, al punto que en las poblaciones donde él descansaba, quemaban los colchones en los que dormía, para evitar el contagio. Pero así le amó y le siguió amando, aunque alejada por razones políticas, perseguida en los tiempos finales del Libertador, no pudo acompañarlo en las postreras horas de su existencia.
Cuando el 27 de febrero de 1829 se libró la Batalla de Tarqui, el Libertador estaba en Guayaquil con quebrantos de salud y encomendó al Mariscal Sucre dirigir la guerra contra los ejércitos peruanos que querían anexarse el sur de la Gran Colombia, especialmente Guayaquil. De entonces arranca el declinar definitivo en la salud de Bolívar, hasta llegar a extremos fatales incurables.

Cuando el 27 de febrero de 1829 se libró la Batalla de Tarqui, el Libertador estaba en Guayaquil con quebrantos de salud y encomendó al Mariscal Sucre dirigir la guerra contra los ejércitos peruanos que querían anexarse el sur de la Gran Colombia, especialmente Guayaquil. De entonces arranca el declinar definitivo en la salud de Bolívar, hasta llegar a extremos fatales incurables

En busca de mejoría escapa del caluroso invierno de octubre a los aires frescos en la isla Santay, desde donde escribe en el mes de agosto al general O ´leary: "No es creíble el estado en el que estoy, según lo que ha sido toda mi vida, y bien sea que mi robustez espiritual ha sufrido mucha decadencia o que mi constitución se ha arruinado en gran manera, lo que no deja dudas es que me siento sin fuerzas para nada y que ningún estímulo puede reanimarme. Una tibieza absoluta me ha sobrecogido y me domina completamente. Estoy tan compenetrado de mi incapacidad para continuar más tiempo en el servicio público, que me he creído obligado a descubrir a mis íntimos la necesidad que veo de separarme del mando supremo para siempre €¦"
En esas condiciones viaja a Quito y luego a Bogotá, donde llega el 15 de enero de 1830: un desfile militar de cuatro mil hombres le da la bienvenida, con salvas de cañones y repiques de campanas, pero la fisonomía del Libertador es la de un hombre exánime, triste, pálido, con los ojos y las mejillas hundidas. Su aniquilamiento es moral y físico. El sueño de Hispanoamérica unida se ha frustrado, con pugnas entre los países liberados.
En diciembre, cada vez con menos aliento y hundido en la pobreza, agoniza en la quinta San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta, donde le ha exiliado su amigo Joaquín Mier. Consciente del fin y preocupado por la Gran Patria Americana, el 10 de diciembre escribe su proclama a los pueblos de Colombia: "Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
"Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. Colombianos: mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro".
En julio anterior había cumplido 47 años. Vivió intensamente y fue anciano en la plenitud de la madurez, pero en su vida corta realizó empresas duraderas para los siglos. No vivió poco, sino que vivió mucho, en poco tiempo. El Libertador Simón Bolívar, su Patalogía, de Magdalena Molina, es una publicación que en el mes conmemorativo de su muerte, le evoca en sus valores heroicos, contrastados con las calamidades que le correspondió sufrir como ser humano, de carne y hueso, de pasiones e idealismo.

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