Rubén Ortega Jaramillo quisiera cantar, trasnocharse y jugar como hace medio siglo, pero el tiempo no ha pasado en vano, y se consuela con saber que nadie podrá quitarle lo bailado

 

Rubén OrtegaEs lojano puro, desde antes de nacer. Sus padres, residentes en Cuenca en días inminentes de traerle al   mundo, retornaron presurosos a lomo de mula a la ciudad nativa para que allí él viera la luz del primer día. Esta anécdota, anterior al nombre y al bautismo, es marca de identidad de alguien que ama a Loja como a su misma madre.
En 2003 la Municipalidad le designó cronista vitalicio de su ciudad, en la que al ser Alcalde entre 1970 y 1974, marcó transformaciones urbanas que son otro capítulo de querencia al terruño oprimido entre impresionantes accidentes geográficos por los que serpentean los ríos Zamora y Malacatos.
Abogado de profesión, apasionado por la literatura y la música, escritor, empedernido viajero por el mundo, es personaje distinguido en su ciudad y en el país, pues ejerció funciones públicas notables e inclusive fue Ministro de la Corte Suprema de Justicia.
Sobre todo, es un explorador   de la lojanidad, para rescatar de la desmemoria leyendas, tradiciones, episodios, personajes y anécdotas que enriquecen el patrimonio cultural de su tierra y marcan el sello de su identidad.
Humor y Nostalgia, es un libro en el que recopila una variedad de historias, testimonios, recuerdos, experiencias propias y ajenas, fantasías y realidades del imaginario popular, a través de narraciones cortas impregnadas de la gracia que viene del propio título de la obra.
Muchos temas no son originales suyos -como el famoso Museo de Loja- , pero adquieren propiedad por la forma amena como están relatados, los ambientes, o por acomodarse a situaciones específicas vinculadas con la vida, las costumbres y los personajes de la Loja de ayer y de estos días. Bien vale saborear algunos bocados del apetitoso banquete, que ya va por las cinco ediciones.
Servio, corpulento compañero de la jorga juvenil, inconfundible por la brillante calvicie prematura, le alzó una vez en vilo para colocarlo sobre una mesa alta en cuyo alrededor estaban los amigos y amigas para un festejo. Á‰l se sintió ridículo con la ocurrencia, pues se anunció que, como poeta que era, iba a ofrecer una recitación.
    Lo que recordó entonces fue una estrofa con la que Amado Nervo elogió amorosamente a su querida:

Alba en sonrojos
tu faz parece;
no abras los ojos
porque anochece.

 

Á‰l acomodó el poema a la circunstancia del momento, para ridiculizar al amigo que le puso en semejante aprieto. Y lo que recitó, aplaudido a carcajadas, fue:

 

Servio, Servio,
tu calva resplandece
como la luz del día
cuando amanece.
No te pongas sombrero
porque anochece.

 

Rubén OrtegaA otro amigo que pocas ligas hacía con la ducha, la esposa al servirle el desayuno le preguntó si ya se había bañado. Su respuesta fue: ¿Ahora será viernes?
El poeta Alfredo Jaramillo había terminado de imprimir un libro de poemas y anunció feliz al jefe de talleres que fijaría el precio de diez dólares por ejemplar, tomando en cuenta que un cuaderno espiral valía veinte. La respuesta que recibió fue que le parecía muy caro, pues el cuaderno dejaba espacio donde escribir.
Alguna vez, con su amigo Tuco Peña,   galantearon a dos jóvenes preciosas a las que hicieron compañía. Lo primero que hizo el amigo fue ofrecerlas cigarrillos, pero ninguna fumaba. De broma, una de ellas dijo que temía quemarse las barbas. Y el Tuco le cayó encima sugiriéndole que fumara "por la boca no más "
Una abuela confesó a su amiga confidente que cada semana gozaba de dos momentos felices: cuando llegaban los nietos, y cuando se iban.
Casado con doctora en medicina, no pasa por alto la alusión a los médicos, que engañan a la paciente con sarna perruna diciéndole que no se trata sino de un salpullido francés. Un poco como en la carta del restaurante que en vez de alverjas curtidas señalan petit pois, para cobrar al precio de gringos.
En fin, el libro es un derroche de alegría, que muestra la faceta extrovertida del autor, un personaje con el que se puede pasar horas escuchándole tantas cosas que sabe contar alguien que, a los ochenta años, goza con jovialidad y felicidad la vida.

 


De la patria y la ciudadanía

La nostalgia es telón de fondo en el escenario dramático de la vida. El autor la vincula con los capítulos del humor, como para reforzar el contraste.
Son recuerdos de la infancia, los personajes de la juventud que se han ido o han envejecido; los momentos cruciales en la vida de las gentes y los pueblos; los sueños que nunca se realizaron, los fracasos y los éxitos del trajín por el mundo.
Cuando en 1941 los ejércitos peruanos invadieron el suelo patrio, el párroco de Macará, Florentino Muñoz, se hallaba en Cariamanga, y recibió un telegrama anunciándole que su casa había sido bombardeada.
Entre las dos ciudades distaban cien kilómetros, que los recorrió solitario en dos jornadas sobre la mula a la que confió sus angustias y premuras. Al llegar, en la población no había un alma, pues todos buscaron escondites ante el temor de los abusos del enemigo. Por doquier había huellas del fuego que, a la distancia, derribó edificios y abrió boquetes en el suelo.
La iglesia permanecía intacta y lo primero que hizo fue agitar a rebote el campanario para convocar a los vecinos. Pero nadie asomó. Dejó pasar los minutos, quizá las horas, y volvió a repicar, desesperadamente, con más energía de la que solía aplicar el sacristán que también se había esfumado.
Poco a poco empezaron a llegar cautelosos los feligreses, sorprendidos al ver al cura de la parroquia y no a los peruanos que pensaron les jugaban una treta para reunirlos y asesinarlos. Entonces el sacerdote de los sermones pacíficos se transformó en un ciudadano rebelde para alentar el ánimo colectivo en defensa de la Patria.
La víspera, un capitán que dirigía la guarnición de Macará había tomado por sorpresa a los soldados peruanos mientras atravesaban el puente de acceso a la ciudad. La masacre provocó la retirada hasta el sitio La Tina, de donde dispararon más bombas letales que desde la distancia causaron sustos más que desgracias.

El cura Florentino, enfervorizado de amor a la Patria, pero con el corazón lleno de rencor como nunca lo sintió en su vida, invitó a los fieles a entonar el Himno Nacional, en respuesta de civismo frente a la agresión cobarde de los malos vecinos.
Por primera vez el cura y sus fieles cantaron la canción patria con tan sincera unción y patriotismo. Y no solo que la cantaron, sino que la lloraron, con más emoción que la sentida en trances de intimidad con aquella otra canción, el pasillo Alma Lojana, cuya letra la escribió Emiliano Ortega Espinosa, padre de Rubén, con música del genial Segundo Cueva Celi.
Otra historia cargada de emoción es la de un pasillo, también del compositor Cueva Celi, a quien el autor de las nostalgias hace relatar en primera persona.
Habría sido hacia 1939, cuando el poeta Alejandro Carrión Aguirre buscó al afamado compositor para recitarle un poema que era toda una plegaria de amor, invitándole a que lo musicalizara.
Una y otra vez el poeta repitió los versos inspirados en la joven amada, cuyo nombre lo sabía el compositor, "pues en Loja por esos tiempos esas cosas las conocíamos todos". Así nació, con arrebatos de pasión y melancolía, un pasillo que no han dejado de cantar desde entonces los ecuatorianos de todas las generaciones: Pequeña Ciudadana.
La protagonista del poema eternizado con la música era una jovencita recién regresada de Quito, donde se graduó de normalista en el colegio Manuela Cañizares, becada por la Municipalidad de Loja.
"Alguna vez la oí cantar en el coro Santa Cecilia €“es el comentario en voz del compositor Cueva Celi-. Tenía voz afinada, expresiva y una dicción   excepcionalmente clara. Me parece que otra vez la encontré traveseando en el piano una composición que la reconocí como mía. Se sorprendió cuando advirtió que la escuchaba con atención y me miró con unos ojos grandes y oscuros, que se empequeñecían ante la enormidad de sus pestañas. Era ella, la Pequeña Ciudadana".
La hermosa joven de entonces, Amelia Anda Aguirre, conoció un día a Eduardo Mora Moreno, un intelectual lojano que llegó a presidir la matriz de la Casa de la Cultura y escribió mucha literatura, con quien unió su destino. Ahora ella, viuda, ha pasado de los 90 años, y escucha con emoción aquel pasillo que lo entonan con amor sus hijos, nietos y bisnietos:

 

Pequeña ciudadana has llegado a mi vida,
con la sonrisa dulce y la boca encendida,
y yo he puesto a mi alma silenciosa y tranquila
a soñar a la sombra de tus largas pestañas

 ruben ortega    
ruben ortega
 El deportista de la juventud; el alcalde con su homólogo de Loja de España y, el esposo en su juventud y en la actualidad con su esposa Alba Cabrera
 rubén ortega  lojano y esposa

 El personaje

Rubén Ortega Jaramillo, nacido en Loja el 15 de septiembre de 1929, es un hombre feliz, a quien la vida le ha dado todo lo que podía darle en lo personal, lo familiar, lo profesional y lo social.
Recuerda como hechos importantes de su vida la graduación de doctor en Derecho en 1957, el matrimonio tres años después, con la doctora Alba Cabrera Bayancela, la elección de Alcalde de Loja para el período 1970-1974, la designación de Ministro de la Corte Suprema de Justicia en 1979 y la publicación de varios libros de Jurisprudencia y de historias de su ciudad.
En su alcaldía se pavimentó las calles de Loja, retirando el adoquín, en medio de una polémica que polarizó en bandos a los lojanos. Pero está satisfecho de la realizado, porque marcó el inicio de la modernización de la ciudad. En su administración erigió monumentos a   numerosos personajes sobresalientes de la historia y de la cultura de Loja.
También ha ejercido la cátedra universitaria y se ha desempeñado como Juez de Macará, de Loja, Asesor Jurídico de la Jefatura del IERAC en su provincia, Ministro y Presidente de la Corte Superior de Justicia de Loja. Ha publicado libros de Derecho y de temas vinculados con su querida ciudad.
La Municipalidad le designó, en 2003, Cronista Vitalicio de la ciudad. Ha recibido distinciones, como la condecoración al mejor egresado de la Universidad de Loja en 1957, la del Concejo en 1979 como el Mejor Profesional de ese año; tiene condecoraciones por méritos literarios, conferidos por instituciones culturales de Lima y Trujillo, en Perú.
A los ochenta años, es hombre que goza de fuerte vitalidad y gusta de tocar la guitarra y el piano. Los fines de semana va a la quinta de Landangui, a 20 minutos del centro de Loja, donde cultiva papayas, chorimoyas, naranjas, mandarinas y otras frutas que se dan con exuberancia en el clima tibio del paraje.
También disfruta de la compañía de los nietos, con quienes se identifica, en la parábola de la vida, en los puntos de ascenso de ellos, y de declive de él, para coincidir en la forma de mirar la vida al margen del rigor de las responsabilidades.
Se confiesa católico, pero reflexivo y poco practicante, con la certeza de que en ciertas circunstancias existenciales, cuando nada se puede esperar y hacer, lo único que queda es rezar.

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