Por Eliécer Cárdenas
Es lamentable que se clame con sospechosa frecuencia sobre buscar la verdad y cuando ésta, por así decirlo, está al alcance de la mano, se invente toda clase de subterfugios y sofismas para alejarla u oscurecerla, por lo cual cabe colegir que en la batahola política que vivimos hallar la verdad es lo que menos interesa, y sí en cambio escandalizar |
El llamado Caso Chauvín o Huracán de la Frontera, desató tantas especulaciones que el Presidente de la República optó por conformar una comisión, a fin de que sea ésta quien investigue el asunto y determine si en verdad habría aquella complicidad con la "narcoguerrilla" que algunos comentaristas insinúan con malévolo regocijo, puesto que se trata de un escándalo que desde un principio estuvo destinado a vulnerar la credibilidad del Régimen en un aspecto sumamente sensible dadas sus implicaciones, esto es la relación, supuesta, entre determinadas figuras del entorno presidencial, y por un lado las FARC y, por otro, el narcotráfico, en una ensalada ideal para los más exigentes paladares oposicionistas que sueñan con un derrumbe abrupto de la imagen de Rafael Correa. Sin embargo la comisión conformada de entre ciudadanos recomendados por el Consejo Nacional de Universidades y Escuelas Politécnicas, CONESUP, entre otros organismos, no podía ser del agrado de los permanentes fiscalizadores de las conductas del Gobierno, ya que esta comisión tiene para ellos un pecado capital de origen, esto es que fue nombrada por el Presidente de la República, lo cual según los sempiternos detractores del Jefe de Estado, le restaría imparcialidad. No sabemos de qué esfera de la sociedad pudo conformarse la citada comisión, aunque desde la oposición es obvio que no, dadas las características de nuestros opositores, porque a su carencia de virtudes pueden agregar un defecto fundamental: su falta de nobleza para con el adversario. En realidad, la comisión tiene un cometido amplio en torno a lo que debe investigar. | En primer término, los sucesos de Angostura del 1 de marzo del pasado año, en cuya indagación es de esperar que Colombia y su gobierno cooperen, ya que de allí partió el bombardeo y las primeras inculpaciones contra una supuesta connivencia entre determinadas figuras del Gobierno ecuatoriano con las FARC. De otra parte, ya en casa, la comisión debe indagar toda clase de presunciones e inculpaciones, inclusive las que parezcan más antojadizas o disparatadas, a fin de que no quede el menor resquicio de duda acerca de su imparcialidad e idoneidad. Una labor muy ardua, sin duda, sobre todo cuando los principales voceros públicos de la oposición ya han acusado, juzgado y sancionado públicamente a las figuras políticas del Gobierno aparentemente involucradas con el clan de los Ostaiza o las FARC. Es lamentable que en el país se clame con sospechosa frecuencia sobre buscar la verdad y que cuando ésta, por así decirlo, está al alcance de la mano, se invente toda clase de subterfugios y sofismas para alejarla u oscurecerla, por lo cual cabe colegir que en la batahola política que vivimos hallar la verdad es lo que menos interesa, y sí en cambio escandalizar permanentemente con suposiciones, hipótesis, sospechas, vaticinios y otras prácticas reñidas con las más elementales normas de una busca desapasionada de la realidad de los hechos, sin fariseísmos ni dudosas versiones proporcionadas, justamente, por confesos enemigos del Gobierno o elementos que por alguna causa guardan resentimiento con éste o una de sus figuras principales o secundarias. El odio y el resentimiento no son los caminos más adecuados, ni mucho menos, para hallar la verdad en un asunto. |