Por Yolanda Reinoso
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Como muchos otros cuencanos, desde mi niñez oí hablar de la Cuenca de España y, me imaginaba cómo sería estar allí, pues decían que no sólo eran tocayas de nombre sino similares en apariencia, hasta con un Barranco como el de mi ciudad que ya cumple 452 años de fundación, la ocasión perfecta para contarles a mis lectores sobre cómo mismo es y qué tan cierto resulta eso del parecido.
Empezaré diciendo que antes de ir a Cuenca estuve en Toledo, Salamanca, Ávila, Segovia, y sucede que allí también hay gran parecido con la arquitectura de nuestro centro histórico, cosa normal porque nuestra joven Cuenca nació inspirada justamente en las edificaciones típicas de esas otras urbes. Los letreros que apuntan en la carretera hacia el desvío que lleva a Cuenca, indican con letras grandes no sólo su nombre, sino además el de "Casas colgadas", pues éstas son su emblema arquitectónico y su punto de atracción.
Como Cuenca está construida sobre lo que se llama la Hoz del río Huécar y Júcar, que no es más que un verdadero precipicio formado por el paso de estos ríos entre dos cerros, la entrada a la ciudad es ascendente y de mucha curva, hágase de cuenta nuestra subida a Turi. Al llegar, la localidad se abre con imágenes familiares de casas coloniales españolas: edificaciones de dos pisos en su mayoría, con balcones de madera, la teja recubriendo los techos, un patio interior que es casi un sitio de reflexión con piso empedrado y, este último rasgo, domina en las calles también.
Empezaré diciendo que antes de ir a Cuenca estuve en Toledo, Salamanca, Ávila, Segovia, y sucede que allí también hay gran parecido con la arquitectura de nuestro centro histórico, cosa normal porque nuestra joven Cuenca nació inspirada justamente en las edificaciones típicas de esas otras urbes. Los letreros que apuntan en la carretera hacia el desvío que lleva a Cuenca, indican con letras grandes no sólo su nombre, sino además el de "Casas colgadas", pues éstas son su emblema arquitectónico y su punto de atracción.
Como Cuenca está construida sobre lo que se llama la Hoz del río Huécar y Júcar, que no es más que un verdadero precipicio formado por el paso de estos ríos entre dos cerros, la entrada a la ciudad es ascendente y de mucha curva, hágase de cuenta nuestra subida a Turi. Al llegar, la localidad se abre con imágenes familiares de casas coloniales españolas: edificaciones de dos pisos en su mayoría, con balcones de madera, la teja recubriendo los techos, un patio interior que es casi un sitio de reflexión con piso empedrado y, este último rasgo, domina en las calles también.
Al adentrarme hacia el centro tras recorrer varias calles angostas, mucho más que las de nuestro centro, encuentro la fachada de la catedral con características góticas y, por lo mismo, con esa similitud a la nuestra y a tantas otras que siguieron ese estilo a partir del siglo XI. No es posible entrar debido a un proceso de restauración interior, así que sigo en busca de esas "casas colgadas" de las que tanto he oído hablar.
Durante ese trayecto, veo tiendas pequeñas como las de nuestro centro; se dedican a la venta de objetos de arte, joyería, pero sobre todo, abundan las panaderías que dejan escapar unos olores tan exquisitos que dan ganas de pararse a probar todos los dulces que se exhiben en la vitrina, lo que da cuenta de la tradición dulcera de esta ciudad, con manjares como alajús €“hechos a base de miel, almendras y miga de pan-, torrijas, pan de pasas, etc. Se me viene entonces a la mente lo leído antes de ir: que hacia el año 784 existía una comunidad llamada Kunka, edificada para demarcar los límites fuera de los cuales debían mantenerse los árabes: ése es un dato histórico de importancia que, entre otras cosas, explica la presencia de una zona amurallada, así como que hasta hoy se coman aljús allí, pues este dulce es de origen árabe aunque en Medio Oriente se lo prepara con pistacho en lugar de almendra.
Al llegar a las Casas Colgadas, me impresiona ver que se asientan al borde de la hoz, y quizá eso mismo les da un aspecto de fragilidad, acentuado por su edad, pues datan del siglo XIV, pero también el hecho de que su estructura sea de madera y yeso les proporciona un aire a antiguo. En realidad son 3 los edificios que conforman esta zona ya que los demás no se han conservado, y adentro albergan lo que es el Museo Español de Arte Abstracto. En el área, rodeada por la Plaza Ronda, hay un mirador que deja ver la caída del cerro hacia abajo, donde corre el río Huécar. Al otro lado del mirador, se observa la extensa llanura de La Mancha inmortalizada por Cervantes.
Las similitudes entre las dos Cuencas existen, sin duda. Comparten la historia arquitectónica conservada, la presencia de ríos que las marcan, y hasta el título de "ciudad patrimonio" otorgado por la UNESCO. Pero en general, yo diría que más bien son diferentes, pues cada una tiene sus encantos y, por lo mismo, no cabe pretender decir cuál es mejor. Ambas son dignas de más de una visita y, como hogar que son de su gente, merecen estar bien cuidadas.
Arriba: antigua calle empedrada de Cuenca de España.
Abajo: la calle Santa Ana de Cuenca de Ecuador, próxima a ser reabierta