Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

La aspiración de convertir a Cuenca en modelo urbano basado en la cultura debe ir unida a su transformación en una ciudad verde, medioambientalmente sana y dotada de una calidad de vida que satisfaga nuestras necesidades actuales sin hipotecar los recursos naturales que son patrimonio de las próximas generaciones


Cuenca, utilizando como fondo su pasado histórico y como instrumento la declaración de Patrimonio de la Humanidad, tiene la legítima aspiración de convertirse en foco de atracción cultural no sólo en su entorno más próximo, sino también en los ámbitos nacional e internacional. En las sociedades urbanas modernas con prestigio cultural hay un binomio indisoluble cultura-medio ambiente de forma que ese telón de fondo que es la cultura o el patrimonio histórico, en buena parte legados del pasado, debe ir acompañado de un escenario armónico en el que la preocupación por la naturaleza y el medio ambiente sean el testimonio de una cultura viva que manifieste la preocupación ciudadana por su calidad de vida y por el legado que han de dejar a las generaciones venideras.
La aspiración de convertir a Cuenca en modelo urbano basado en la cultura debe ir unida a su transformación en una ciudad verde, medioambientalmente sana y dotada de una calidad de vida que satisfaga nuestras necesidades actuales sin hipotecar los recursos naturales que son patrimonio de las próximas generaciones. Esa posibilidad es factible porque contamos con todas las posibilidades para hacerlo realidad. Porque el medio ambiente es, ante todo, una cuestión de solidaridad entre personas, territorios y generaciones. Entre personas, porque todos los seres humanos tienen derecho a un medio ambiente sano. Solidaridad también entre territorios, porque las naciones, las comarcas, las regiones, los municipios €“ y dentro de estos los barrios pobres €“ corren el peligro de convertirse en basureros de los ricos o de sobreexplotar sus recursos en beneficio de aquellos.  
Y es también una cuestión de solidaridad que debe extenderse a as próximas generaciones,     a   nuestros hijos   y

nietos, a los que habitarán las ciudades después de nosotros, frente a los cuales no tenemos ningún derecho a legar territorios y ciudades depredadas e inhabitables.

En un mundo cada día más atenazado por la globalidad de la economía y por el efecto transfronterizo de los problemas ambientales, la respuesta debe estar basada en la solidaridad y en la cohesión social como puntos de referencia fundamentales frente al carácter global de los problemas ambientales y del ecologismo social, lo que significa concebir, en colaboración con ONGs ambientalistas, políticas territoriales y de planificación urbana que apuesten por la mejora del entorno urbano.
En esta línea, es también indispensable el desarrollo de una cultura ambiental en los ciudadanos. La participación social tiene que volver a ser uno de los elementos más consolidados de la cultura política.
Es menester embellecer la ciudad importando naturaleza a los jardines, a los parques, a   las calles y avenidas, a las plazas de todos los barrios; pero, además, apostar por mejorar la ciudad y para ello se debe comenzar a trabajar en el saneamiento urbano y en la recuperación del entorno natural que rodea a la ciudad. Y es hora de hacerlo desde la investigación, la planificación ecológica y la participación ciudadana.
Ahora que estamos en vísperas de inaugurar un nuevo período en la administración municipal es propicio concretar propuestas para la defensa del medio ambiente para que, llegado el momento, se incorporen a esta fundamental faceta de recuperar a Cuenca, hacer una ciudad sana, limpia y verde en un entorno natural recuperado y bien conservado.

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