Espantosos dramas ocurren en las barbas de la Policía y las víctimas silencian y hasta niegan los sufrimientos padecidos ante las amenazas criminales contra los familiares
La inseguridad es un amargo pan cotidiano en la vida de Cuenca. El incremento del número de policías y el nuevo armamento puesto en sus manos no cortan la ola de robos, secuestros, asesinatos y violencia que provocan una psicosis colectiva.
Se desconfía cada vez más del papel protector de la policía y se acrecienta el temor frente a la seguridad impune con la que acometen los malhechores contra la propiedad privada. Es tal su pericia que las víctimas se resignan con permanecer vivas luego de ser despojadas y ofendidas y evitan denunciar los ataques que han sufrido.
En el último año varios empresarios de Cuenca fueron secuestrados, empezando por un hermano del Gobernador del Azuay, liberado tras seis meses de cautiverio y el pago de un rescate para perdonarle la vida. Otros secuestros se han producido y son motivo de rumores, especulaciones y versiones de las más variadas, pues los afectados, ante las amenazas, no solo evitan denunciar los hechos, sino los ocultan y hasta los niegan.
No obstante, hay casos que son de dominio público, distorsionados o inexactos frente a la reserva, pero reales. Tal el secuestro múltiple de un hombre de negocios y sus familiares el 4 de noviembre del año pasado, por un grupo organizado de más de 10 delincuentes. AVANCE intentó dialogar con el afectado, pero se negó a hacerlo. No obstante, logró cruzar información de terceras fuentes vinculadas a la Gobernación, la Policía y de allegados a la víctima, para una reconstrucción del hecho.
El personaje €“cuyo nombre se guarda por su seguridad-, dueño de un establecimiento comercial en las proximidades del parque Calderón, había llegado a su domicilio pasadas las 18:00 y no se sorprendió al encontrar las puertas abiertas, pues eso era normal si la esposa o los hijos estaban dentro. Pero apenas ingresó, un individuo armado le cayó a golpes, mientras otros dos vigilaban a un hijo y a la empleada doméstica, maniatados, con pistolas apuntándoles la cabeza. Dijeron ser de las FARC.
Con violencia, los delincuentes le exigieron las llaves de su local comercial, las claves de ingreso, de las alarmas y toda la información para ingresar fácilmente. La víctima, amenazada de muerte, no tuvo sino que cumplir las órdenes y condujo a tres más que aparecieron, en su propio vehículo, mientras en su domicilio quedaban, atados y amenazados, el hijo, la empleada y la esposa llegada a última hora: sus vidas corrían peligro si el padre y esposo no colaboraba para el robo en su establecimiento comercial. Los asaltantes se comunicaban permanentemente por celulares con quienes habían quedado en el domicilio.
Entre esa tarde y noche, en la Gobernación del Azuay, irónicamente, se mantenía una reunión del Gobernador con jefes policiales del distrito para abordar temas de seguridad, por lo que en las proximidades del establecimiento señalado para el robo, estaban estacionados varios patrulleros, que asustaron a los asaltantes.
El dueño del local fue obligado a dirigirse hacia la zona de Racar, para hacer tiempo hasta que se esclareciera el panorama, aunque era evidente la desesperación de los secuestradores, más aún, cuando apareció un patrullero que los rebasó, dejándolos en duda: ¿Estaban descubiertos? El contacto con quienes quedaron en el domicilio asaltado era permanente a través de los celulares y en algún momento les recomendaron huir, porque la policía al parecer estaba sobre la pista.
El carro cambió de ruta, dirigiéndose hacia el parque Miraflores, para internarse por las calles zigzagueantes en la urbanización de la colina. Al parecer los captores se sabían perdidos, seguros de que la Policía estaba tras de ellos, y discutían si ultimar o no al secuestrado, hasta que uno de ellos decidió hacerlo, mientras los otros habían escapado. El carro se detuvo en una calle angosta sin salida, lo que asustó al delincuente que vendó a la víctima y se disponía a cometer el crimen. Pero tuvo algún problema con el carro que necesitaba manejarlo y se apagó, trabándose la llave que no pudo accionarla: entonces entró en pánico y salió a la carrera abandonando al secuestrado en su propio carro.
La víctima, cuando se percató de que estaba solo y los captores habían desaparecido, pudo prender su carro y liberarse de la pesadilla que demoró varias horas, de la que salió con vida, aunque decidido a desprenderse para siempre del establecimiento comercial que lo había mantenido por cuarenta años.
Veinte días después, otro familiar, dueño de un establecimiento próximo al suyo, sufrió un secuestro similar, asimismo con amenazas de muerte a la esposa y los hijos. Esta vez los criminales tuvieron éxito y vaciaron el local comercial, para desaparecer sin dejar huellas.
En días recientes, se habla de casos similares, con un profesional médico y un comerciante próspero, seguramente víctimas de la misma organización experta en esta clase de delitos. Pero conocer detalles resulta menos que imposible, pues todos prefieren silenciar por su seguridad y la de los suyos, amenazados de muerte. Al parecer ni siquiera la Policía ha recibido las denuncias. Los ladrones siguen y seguirán campantes.
Ante la inseguridad las grandes tiendas son protegidas por guardias armados y en las pequeñas se atiende a los clientes a través de estructuras metálicas que evitan el contacto directo.