Se trata de una formación rocosa que, a diferencia de otros cañones, tiene el ancho de apenas unos pocos metros, por lo que se llama en geología ‘cañón de ranura’. Es justamente eso, una ranura entre dos rocas que pueden alcanzar hasta los cuarenta metros de altura

Cuando un lugar nos fascina, decimos que es mágico porque nos hace sentir que hemos tocado algo especial al visitarlo. Sin embargo, dejando de lado el lirismo, la verdad es que existen muy pocos sitios que, en estricto sentido, son mágicos. Si la magia es la suerte de trucos que nos hacen ver cosas sorprendentes y cambios inesperados, pues justamente mágico es el Cañón del Antílope, ubicado en el estado de Arizona en Estados Unidos, en las afueras de una pequeña localidad llamada Page.

La magia del Cañón del Antílope radica en sus colores; se trata de una formación rocosa que, a diferencia de otros cañones, tiene un ancho de apenas unos pocos metros, por lo que se llama en geología ‘cañón de ranura’. Es justamente eso, una ranura entre dos rocas que pueden alcanzar hasta los cuarenta metros de altura. Debido a la variación en la altura de la roca, el sitio se divide en ‘Cañón del Antílope Superior’ y ‘Cañón del Antílope Inferior’.



Las rocas, dada la ubicación desértica del cañón y de la presencia de minerales rojos en la arena de la zona, son de colores variados en la gama de los rojos. De hecho, el color mismo de este cañón es mágico porque, conforme avanza el día, cambian las tonalidades de la roca dependiendo de la sombra y de la luz del sol. Esto ha motivado que el cañón sea visitado anualmente por fotógrafos no sólo aficionados sino por grandes fotógrafos profesionales. Parte de esa magia natural que posee el cañón es que permite fotos irrepetibles e increíbles. La belleza de los colores de la roca permite que se obtengan fotografías que, al ojo, parecieran trabajadas con algún programa digital. Sin embargo, el cañón no requiere de tal trabajo dados los intensos matices que presenta a lo largo del día; aquéllos pueden variar desde marrones de todo tipo, pasando por anaranjados, y llegando hasta rojos intensos.

Dado que el Cañón del Antílope se encuentra en terreno de reserva indígena de los Navajo, no es posible visitarlo sin un guía Navajo. En la tradición lingüística de los Navajo, el nombre de este bello sitio es ‘’Tse’ bighanilini’’, que se traduce como ‘’ el lugar donde el agua fluye a través de las rocas’’. Los indígenas de dicha reserva conocen no solamente su recorrido de principio a fin, sino que además están capacitados para evacuar lo más rápido posible a los visitantes en caso de que una inesperada lluvia llegase a inundar el cañón en cuestión de minutos, como cuentan que ocurrió en 1.997, cuando un grupo entero de turistas pereció ahogado debido a una lluvia inesperada. La presencia de lluvias anuales sigue esculpiendo la roca que forma este cañón de ranura, de manera que el paisaje se sigue modificando aunque de manera imperceptible al ojo no conocedor de geología.

El nombre de ‘Cañón del Antílope’ se debe a que los antílopes habitaban hasta hace algunos años en la región, pero la constante urbanización de las zonas aledañas ha hecho que dicha especie se haya alejado y, lastimosamente, casi extinguido. Para los Navajo, el sitio es un lugar espiritual donde pueden llevar a cabo su contacto con la naturaleza, actividad que es parte de su creencia esencial como seres humanos en la grandeza de lo natural.

A las partes más bajas del cañón, los Navajo le denominan como ‘’Hazdistazí, que quiere decir ‘’arcos de piedra en espiral’’, precisamente porque la formación de piedra parece descender en forma espiral. Este tipo de formación permite hacer fotografías espectaculares dado que la luz, al no ser tan alta la roca, puede alcanzar el fondo con mayor facilidad. Quizá por los colores mágicos que cambian a lo largo del día según la luz, es que es aconsejable tomar lo que los Navajo ofrecen como ‘tour fotográfico’, en el que el guía va indicando a los turistas los espacios donde se puede apuntar para obtener las mejores fotografías posibles. Ahí se aprende, en el transcurso, que mucho depende también de la posición de la persona en el pasadizo. Una de las fotografías más bellas que puede obtenerse con un poco de suerte es la de la luz entrando al pasadizo con un reflejo casi totalmente blanco, lo que la hace ver como una cascada que emergiera de las rocas.

Casi que nada de lo que se pueda decir sobre este sitio iguala la mágica belleza que ofrece al visitante; las fotografías ilustran mejor lo que es uno de los lugares, sin temor a equivocarme, más bellos del planeta… si no el más bello.

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