Día de difuntos y apagones
Llamé al cementerio y nadie me contestó. Insistí otra vez y una voz femenina automática me dijo “marque el 13 13 13”.
Así lo hice y otra voz de ultratumba, grabada, me respondió: “ese número no existe”.
Volví a marcar el primer número y otra voz molesta me respondió “por favor, deje descansar en paz”, y colgó el fono.
Pasaron unas horas e hice otra llamada. La voz ronca de un hombre dijo: “a sus órdenes, para servirle”, y soltó una carcajada diabólica.
Entonces asustado colgué yo el teléfono, muriéndome del miedo de que me devolvieran la llamada.
Luego pensé que por el día de difuntos habría asueto en el cementerio y atenderían de emergencia panteoneros suplentes de los osarios.
De noche me di modos para entrar al camposanto: todo era silencio y soledad profundos, sin un alma por ninguna parte. Lejos, una débil voz entonaba: “aún los muertos, en sus tumbas, exhalarían un gemido…”
De súbito las luces desaparecieron con los apagones y presa de terror corrí a la calle, sintiéndome feliz de ser, a esas horas, el único ser humano en salir vivo de un cementerio.