El género gramatical es arbitrario, salvo el caso de la motivación con que los sustantivos distinguen, mediante diversos procedimientos, el masculino y el femenino en las personas y los demás seres animados. En español, los nombres, junto a normas asociativas y combinatorias, provienen en alto porcentaje del latín; pero los hay de otro origen igualmente respetable.

Cuando se le ordenaba salir del aula por indisciplina, bajo la condición de volver al día siguiente acompañado de sus padres, el muchacho obedecía. Los progenitores concurrían puntualmente, dialogaban con el profesor y se despedían agradecidos. Pero quien hoy obre de aquel modo incurrirá en una falta contra los derechos humanos; quedará expuesto a que los progenitores asistan en compañía de abogado, con la ley en la mano. Hasta se podría argüir que la disposición de que venga con los padres equivale a atribuirle dos papás.

Por fortuna, se trata de una conjetura, pues mientras ello no suceda, seguirá rigiendo la convención de que el plural masculino “padres” designa a los dos progenitores, por simple economía lingüística. Asimismo, en el habla coloquial extrañaría oír que alguien hable de una visita a la suegra y al suegro, puesto que “suegros” incluye siempre a ambos. Aunque recordarlo resulte lúgubre, el dos de noviembre es el día de difuntos. Que se sepa, ningún deudo ha reaccionado por no haber sido mencionadas en el calendario las difuntas. El interés mercantil ha tardado en determinar otro día para recordar a las difuntas, tal como se celebra por separado a la madre y al padre, en vez de una sola fecha para rendirles homenaje a los padres. En la información cotidiana, si los asambleístas son convocados para el martes, no hay duda de que acudirán las señoras y los señores, motivados no por el género, sino por el número. Así también, si se afirma que la sala estuvo llena de personas, cabe suponer que la atestaban damas y varones.

El género gramatical es arbitrario, salvo el caso de la motivación con que los sustantivos distinguen, mediante diversos procedimientos, el masculino y el femenino en las personas y los demás seres animados. En español, los nombres, junto a normas asociativas y combinatorias, provienen en alto porcentaje del latín; pero los hay de otro origen igualmente respetable. Una buena cantidad de esos vocablos ingresaron al caudal de nuestro idioma con el género que les era originario; en otros nombres, el género ha sido asignado por la comunidad de hablantes en el proceso evolutivo del idioma. Las nuevas denominaciones con que la ciencia y la constante renovación social enriquecen la lengua se sujetan a la misma dinamia del habla colectiva.

Estos conceptos que parecen consistentes tienden a deleznarse cuando el género gramatical es considerado en relación con el sexo. Ocurre sobre todo con el nombre de actividades y profesiones que en el pasado fueron privativas del varón. A tono con las demandas de la realidad social, la autoridad académica va zanjando la inequidad. Esto, sin embargo, no menoscaba el hecho de que, en rigor, solo haya gramaticalmente dos géneros, el masculino y el femenino, que corresponden a los atributos de cada persona en relación con su sexo. Enunciado de otro modo, no hay en la armonía humana de este pequeño mundo sino mujeres y varones. Por más que se escudriñe, no existe un género gramatical intermedio, como tampoco lo hay entre lo masculino y lo femenino. Quebrantar en una u otra dirección este equilibrio complicaría la comunicación y deformaría la imagen de la especie. Talvez sea la razón por la que, en cuanto al lenguaje, no ha prosperado la insistencia de remplazar por la “e” la oposición -o/-a, marcas de género en buena parte de los nombres; o la pretensión de interferir con @ en el orden alfabético.

En el otro sentido, una propuesta que tarde o temprano podría ser elevada a consideración en las instancias legislativas, tampoco prosperará porque afectaría a valores y comportamientos ancestrales; entre ellos, los que atañen a la doctrina religiosa practicada por la mayoría de habitantes en esta pequeña ínsula, abandonada a su suerte en un mar de incertidumbre. Si en los planes de la creación hubiera constado la factibilidad de un género intermedio, el padre del linaje humano se habría despertado al esplendor del paraíso en medio de una hermosa doncella y un apuesto varón, a
quienes habría dado los nombres de Eva y de Evo, supuesto no consentido que habría obligado a anular o a reescribir esta columna.

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