El centralismo es uno de los males mayores en las ciudades y provincias ecuatorianas distantes del influjo de Quito y Guayaquil, capitales política y económica del país. Cuenca y Azuay padecen, en extremo grado, esta realidad a la que se someten autoridades y representantes burocráticos y productivos locales.

Al comenzar un gobierno autocalificado del encuentro nacional, oportuno es reflexionar sobre el tema. En la paupérrima vialidad, en la desconexión aérea, en la discriminación del erario, en la designación de autoridades provinciales, en la tramitación burocrática –en todo-, está la epidemia el centralismo.

Instituciones locales que por autogestión recuperan recursos los envían a cuentas nacionales de las que regresan amenguados –si regresan- por la injusta redistribución nacional que privilegia, precisamente, a las capitales económica y política del país. De aquí la existencia de dos naciones diferentes por sus condiciones viales, transporte aéreo, urbanismo, desarrollo y buen vivir.

Los gobiernos autónomos descentralizados -¿autónomos?-, la Gobernación, las cámaras de la producción, universidades y gremios, deberían formar un frente para exigir que el gobierno del Encuentro, de una vez, ponga fin al centralismo. Quizá valdría, respetando la integridad territorial y la unidad nacional, volver los ojos hacia el federalismo, como la última alternativa.

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