Errar, claro, es humano. Pero puede ser, también, culposo, injustificable y lamentable. No hay que olvidar que el mundo cambia. Cambia siempre… Y hay que advertir que, en efecto, ha cambiado, casi increíblemente, en los últimos cincuenta años. El río de Heráclito pasó, ante nosotros, con la prisa de una veloz correntada
Conócete a ti mismo. Sócrates

Los izquierdistas suelen alardear de dialécticos. Esto es conocido. Pero, de hecho, suelen caer en los mismos descuidos y errores de sus congéneres más fijistas.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, algunas personas creyeron que el Fascismo – execrado en la retórica aliada y derrotado en el campo de batalla – no volvería a resurgir. Cuando se cayó la Unión Soviética, otras, similares personas, creyeron que – con el grande y aparatoso fracaso del Comunismo – los socialismos radicales desaparecerían; y no volverían a aparecer. Casi no hace falta decir que tales personas se equivocaron palmariamente. Lo suyo fue nada más que una ilusión.  (Al estilo del Fukuyama: de EL FIN DE LA HISTORIA…)  ¿Y por qué se equivocaron?  Pues, porque las dos posiciones políticas extremas podían eclipsarse, pero no desaparecer.  Y no desaparecen porque responden, de una u otra manera, a ciertas necesidades y valores humanos… Tienen, por lo tanto, una vitalidad social durable y una, consecuente, permanencia. Y éstas son igual de fuertes que aquellas de la moderada democracia centrista. En otras palabras, se trata del espectro político, – más o menos fijo y estable – que debemos conocer y reconocer. Parece claro. Pero, con bastante frecuencia, el hecho se ignora o se minusvalora. Examinemos, al respecto, el caso de la izquierda; el de las variedades radicales y extremas del Socialismo.

       Los izquierdistas suelen alardear de dialécticos. Esto es conocido. Pero, de hecho, suelen caer en los mismos descuidos y errores de sus congéneres más fijistas. Creen que su versión ideológica es la más deseable, la más avanzada y la más perfecta. Y no se imaginan que – una vez llegados al poder – puedan, o hasta deban, ser reemplazados. Sólo admiten – cuando lo hacen -- los defectos chicos de la perfectibilidad… Un ejemplo. Antes de que el Partido de los Trabajadores recibiera el contundente mazazo de Bolsonaro, Emir Saer – un intelectual de la izquierda brasileña – pontificaba sobre la táctica: Sólo hacían falta, aquí y allá, unos ajustes de la promoción doctrinaria… (El confiado y triunfalista Galeanismo, -- de E. Galeano, el de LAS VENAS ABIERTAS…   -- tan difundido en varios países de la región; por la labor, ya semicentenaria, de los educadores “comprometidos”.) Y repitieron su error: En lugar de corregirse, asistieron a la segunda inauguración presidencial de Maduro…  Otro. El Partido Socialista Obrero Español, PSOE, se quedó turulato al perder su “seguro” fortín andaluz… Creyeron que el ultraderechista VOX había salido sorpresivamente de las cavernas, nada más que por el azar de las circunstancias o por la maldad de sus rivales… No se dieron cuenta que, de alguna manera, ellos mismos lo habían llamado: con sus omisiones, con su tolerancia al nacionalismo catalán… Olvidaron, pues, la autocrítica; olvidaron a su “intrínseca” y querida dialéctica…Vaya…  Errar, claro, es humano. Pero puede ser, también, culposo, injustificable y lamentable. No hay que olvidar que el mundo cambia. Cambia siempre… Y hay que advertir que, en efecto, ha cambiado, casi increíblemente, en los últimos cincuenta años. El río de Heráclito pasó, ante nosotros, con la prisa de una veloz correntada.

Presumen, también, de haber descubierto la clave de la historia: la lucha de clases. Es uno de sus dogmas. Y lo aplican toscamente; sin desmenuzarlo, ni matizarlo… Así, no hay que extrañarse de que ignoren una básica ley de los sucesos humanos: Toda acción de un grupo produce la reacción de otro.

     Los izquierdistas presumen, también, de haber descubierto la clave de la historia: la lucha de clases. Es uno de sus dogmas. Y lo aplican toscamente; sin desmenuzarlo, ni matizarlo… Así, no hay que extrañarse de que ignoren una básica ley de los sucesos humanos: Toda acción de un grupo produce la reacción de otro. (Es lo que solía denominarse con un anglicismo que va quedando anticuado: feedback; que, desmañadamente, se traducía como retroalimentación.) Y, casi siempre, tal reacción tiene una intensidad proporcional a la acción. Veamos. Cuando Allende triunfó – en 1970, con sólo un tercio de la votación – la izquierda chilena creyó que su anhelada revolución ya había triunfado. Y, sin más, fueron por más: por el poder absoluto. Fidel Castro, gozoso, vino; y se quedó durante un mes… Pero, muy luego, asomó el miedo; se insinuaron los inminentes peligros… ¿Guerra civil?  Resultado: La tenaz resistencia del centro y la derecha. Y, como consecuencia, el desgastante y penoso empate de los mil días de Don Salvador… (Manifestación, por la mañana; contramanifestación, por la tarde… Intervención -- manifiesta o disfrazada – de los cubanos, de la CIA…) De otro modo:  Se fue apretando un nudo gordiano; que Pinochet, a su tiempo, debió cortar con la espada.  En fin, Sancho Panza diría -- para graficar plenamente el asunto --: A piedras, palos. Colofón: Si la izquierda hubiera comprendido que era la minoría, -- y que debía respetar los derechos de la mayoría – otra habría sido la historia. No habrían chocado los extremistas… No se habría maltratado a los centristas… (Los demócratas saben, y hacen esto, bien: La mayoría gobierna y la minoría controla. Nunca el poder debe ser absoluto. Hay que compartirlo. Y cuanto más garantizada esté la minoría, mejor será la democracia…)

      Tercero. La izquierda no quiere comprender que sólo ocupa una parte del espacio político. Y que el centro y la derecha, juntos, son mucho más grandes que ella. No reconoce los espacios del orden, la seguridad, el derecho, la civilidad, la convivencia. Tasa, muy en alto, el conflicto y los cambios… De otra manera: No comprende que -- para funcionar bien-- la sociedad necesita que se cubra todos los espacios políticos; que no queden vacíos.  Y que haya colaboración.  Y que, además, el indebido expansionismo, de cualquier parte, perjudica a la totalidad de las partes.  Y, en cuanto a valores, la izquierda sobrestima la igualdad y la justicia. Y menosprecia la libertad. (De hecho, aún sataniza al Liberalismo; sobre todo, a la forma que llama neoliberal; la que, para ella, es nada más que la abusiva “libertad” de los poderosos…) Y, además, en la práctica, desestima la fraternidad. (Que no se da en lo público, sino en las asociaciones privadas; a las cuales considera amenazadoras, dañinas o, al menos, sospechosas. / Clubes, oeneges, grupos de intereses diversos/… Razón torcida:  En una sociedad de malos y buenos, los malos no pueden ser hermanos; son, plena y directamente, enemigos. Parafraseando a Clinton: ¿Qué?  ¿No te habías dado cuenta?  Es el maniqueísmo, distraído…)

Lo dicho explica la desorientación y la confusión de las izquierdas actuales.  Y explica porqué han sido tan obtusas, tan incompetentes, tan destructivas. Y tan obstinadas. (Una amonestación de El Che: Compañeros, el Imperialismo aprende de sus errores; ustedes…) Explica, claro, la inesperada y casi increíble caída de la Unión Soviética. Explica a Cuba; ese país destruido tempranamente y, hoy por hoy, detenido en el tiempo. Explica el esperpento de Corea del Norte. Explica la vertiginosa disolución de Venezuela. Explica los insultos a Vargas Llosa; y el olímpico desprecio a sus argumentos. / Bastante obvio. Si se insiste en darle a la parte el valor del todo, así tenía que suceder. La estrechez de miras… La falta de visión lateral y circular…  Y es también – como dice Benjamín Fernández Bogado – creer, ingenua o perversamente, en la fortuna de la perinola: Creer que, con el TODO, se puede retirar la apuesta entera…  Es decir, -- en forma gruesa -- la codicia del poder, las ansias de los dictadores.

Y, finalmente, -- para el rotundo no ver, no divisar, no comprender – citemos a Clara Guimaráes: No entiendo cómo Bolsonaro pudo hacer creer a los brasileños que los molinos de viento son gigantes… / Confesión del querellante… Ya está.  Cerrado. Con la metáfora cervantina, Doña Clara habló alto; y, ciertamente, habló por su propia persona y por todos los suyos.

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