Por esa época, un grupo de poetas cuencanos asumió la tarea de renovar el panorama lírico local. Irreverentes, rebeldes, se adhirieron a las corrientes literarias que llegaban de Europa. Simbolistas, parnasianos, cautelosamente modernistas, irrumpieron contra la hipocresía conventual y romántica. Oficiaron rituales bárbaros y fundaron revistas literarias de vida tan corta como la de muchos de sus oficiantes     


   Tenía 28 años Mozart cuando hablaba de la muerte como una buena amiga. Siete años más tarde presintió, en un parque de Viena, que ella venía a buscarlo. Se hallaba pobre y endeudado; así que intentó desafiarla apresurando la Misa de Réquiem que le habían encomendado, aunque en secreto creía que la iba a componer para sus propios funerales. Trabajó febrilmente, pero la muerte se le adelantó y la obra quedó inconclusa.

   Hasta que la ciencia explique la misteriosa relación entre sensibilidad artística y premonición, solo cabe maravillarnos, como ocurre también al constatar el presentimiento de la muerte en los primeros versos del poema “Piedra negra sobre una piedra blanca” de César Vallejo: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo”. En efecto, Vallejo falleció en París un día lluvioso de abril de 1938.

   Fue aquella propensión psíquica la que asimismo enlutó a algunos poetas ecuatorianos de filiación modernista; entre ellos, a Medardo Ángel Silva, cuyo centenario se acaba de recordar. Sumido en la obsesión por la muerte, escribió: “…ella marcha conmigo y se acuesta en mi lecho / y su mirar oscuro toda mi vida abarca… // ¿No ves, por mi actitud que estoy como en acecho / del rumor con que boga su misteriosa barca?”  En febrero de 1919, la revista cuencana PÁGINAS LITERARIAS publicó un poema aún más premonitorio, cuatro meses antes del disparo fatal: “Que cuando emprenda mi peregrinaje / con sed de paz y con sed de perdón, / seas mi guía en el último viaje / Sor María de la Consolación”.

   Por esa época, un grupo de poetas cuencanos asumió la tarea de renovar el panorama lírico local. Irreverentes, rebeldes, se adhirieron a las corrientes literarias que llegaban de Europa. Simbolistas, parnasianos, cautelosamente modernistas, irrumpieron contra la hipocresía conventual y romántica. Oficiaron rituales bárbaros y fundaron revistas literarias de vida tan corta como la de muchos de sus oficiantes. Uno de ellos, Emmanuel Honorato Vázquez Espinosa, había traído de París los encantos prohibidos y, juntamente, los versos franceses malditos. Andaba por los 30 años, desplegando una actividad multifacética: topógrafo, pintor, crítico literario, mecánico, fotógrafo. Una tarde de diciembre de 1924, se hallaba en uno de sus desempeños por el campo y entró a guardarse de la lluvia en una choza en la que horas antes había muerto un indígena, de fiebre tifoidea. El contagio mortal fue fulminante. ¿No lo había presagiado una de sus composiciones en prosa?: “Cuando desperté, me hallaba, sin saber cómo, en sitio por mí desconocido: dentro de una choza mal cubierta de paja, tendido en el suelo”.

   Meses después, pereció ahogado otro oficiante, Rapha Romero y Cordero, de veinte y cinco años de edad. Fechas atrás había exhortado: “Haz de tu vida un cuento sugestivo y pequeño / y cuéntale una tarde, en secreto, a la muerte”. No fue una tarde, sino una noche de luna, precisó Lloret Bastidas. Cornelio Crespo Vega, en cambio, esperó 19 años a que la muerte le permitiera alcanzar, en un hotel de Quito, un anhelo esbozado en 1922: “Aun cuando te cause enojos / tras de mirarte querría / cerrar por siempre los ojos / para verte todavía”.

   Con apenas 26 años, César Dávila Córdova fue entregando en LETRAS (entre abril de 1916 y febrero de 1917) un ensayo que aún impresiona por la agudeza crítica, sobre Remigio Crespo Toral. En honor al espacio, solo mencionaremos el temprano acierto de reconocer a José Asunción Silva, Gutiérrez Nájera y Días Mirón como precursores del modernismo. En mayo de 1917, LA UNIÓN LITERARIA publicó su poema “Nostalgia”, fechado así: “Portoviejo, abril 13 de 1917, a media noche”. Una de las estrofas predijo, días antes, el trágico final: “Mis castos sueños azules / lejos de su cuna mueren. /El viento está sollozando / en la calle un miserere”. En el mismo número, Crespo Toral escribió la nota necrológica. Por extraña coincidencia, el poema anticipaba la musicalidad de “Autobiografía”, composición en la que, 23 años después, Alfonso Moreno Mora preanunció la propia muerte tres meses antes de fallecer: “Mi vida: una mariposa. // Quiere volar y porfía… / quiere salir y no acierta… / hasta que han de verla un día / al pie de los vidrios, muerta”.

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