Por Marco Tello

Marco Tello
Predijo que algún día los barcos surcarían el mar sin ayuda de remos; que habría vehículos sin tracción animal; que naves voladoras atravesarían el cielo, sostenidas en artilugios mecánicos. Pero nada de esto consiguió entusiasmar a sus contemporáneos
 

El joven navegante genovés había escuchado que después de las tormentas, cuando las grandes olas abandonaban las Azores, las playas amanecían tapizadas de extrañas especies vegetales no vistas en otra parte del mundo.
 
Ahora, frente al espectáculo, recordó las palabras del monje franciscano Roger Bacon, quien había anunciado, dos siglos atrás, que era posible ir a las Indias navegando desde España en dirección al sol poniente. Además, el monje había enseñado que la verdad no emanaba de la autoridad sino de la observación directa. Si era así, los restos vegetales confirmaban la idea de que el mundo era redondo, pues provenían del otro lado del Atlántico. Tres lustros después, el navegante logró hacerse a la mar en dirección a aquella tierra incógnita, el 3 de agosto de 1492.
 
No solo la posibilidad de esta aventura; buena parte de la historia humana, a partir del siglo XIII, fue prevista por aquel sabio franciscano inglés. Como pocos en su tiempo, estudiaba los textos de Aristóteles en griego, dominaba varias lenguas orientales y fue profesor en Oxford y en la Universidad de París. Con la misma obstinación con que seguía el movimiento de los astros, se empeñaba en arrancar para la ciencia médica los secretos de la alquimia. Se cree que la reforma al calendario establecida por Gregorio XIII en 1582 coincidía con las enmiendas propuestas tres siglos atrás por el fraile franciscano. Se dice que ya fueron imaginados por él los inventos que a partir del siglo XVI acercaron al ojo humano los objetos lejanos, revolucionando el curso del pensamiento universal.
 
El siglo en que vivió nuestro personaje, mitad mago y mitad hombre de ciencia, no fue propicio para tan brillantes lucubraciones que preanunciaban la modernidad. Avizoró el poder explosivo de la pólvora por encima de los ruidos pirotécnicos. Predijo que algún día los barcos surcarían el mar sin ayuda de remos; que habría vehículos sin tracción animal; que naves voladoras atravesarían el cielo, sostenidas en artilugios mecánicos. Pero nada de esto consiguió entusiasmar a sus contemporáneos.
 
En siglos posteriores, otras inteligencias retomaron la tarea del fraile visionario. Una de ellas fue la de Leonardo, que era menor con un año al gran navegante genovés. Estudió las propiedades del aire y de las aguas; observó el vuelo de las aves, el desplazamiento de los peces, y diseñó aparatos que habrían volado o se habrían desplazado por el fondo de los mares, si la técnica hubiera estado a la altura de las invenciones. Aplicó el conocimiento matemático a la experimentación y elaboró grandes proyectos de ingeniería hidráulica; construyó aparatos mecánicos cuyos principios de funcionamiento no han perdido vigencia. La exactitud de sus estudios anatómicos obedeció a la observación del cuerpo humano en los detalles mínimos. Tras años de experimentar con los colores, dio la pincelada final a La Gioconda, una de las maravillas de su genio creador.
 
Mente excepcional fue la de Copérnico. Tenía 19 años cuando Colón descubrió para Europa un nuevo continente. No se sintió atraído por el mar, sino por los espacios nocturnos infinitos. Observó el firmamento durante largos años y calculó con precisión matemática la posición y el movimiento de los cuerpos celestes. Descubrió así la falsedad de la teoría imperante y reveló algo que en la época fue una herejía: la Tierra no era el centro del universo, sino que giraba con los demás planetas alrededor del sol. El día no sucedía a la noche por obra de encantamiento; respondía a que la Tierra giraba sobre su propio eje.
 
Las ideas sustentadas casi en secreto por aquel sabio inglés durante el siglo XIII presintieron el advenimiento de la modernidad. Las mentes se fueron liberando de la superstición, de la confianza ciega en la autoridad, y retomaron el camino que según el gran maestro conducía a la verdad: la observación y la experimentación. Mérito singular del fraile franciscano fue abrir la entrada al mundo de la ciencia: el conocimiento matemático. Roger Bacon nació en el año 1214. Al cabo de ocho siglos, el eco de su voz resuena también en los dominios de la posmodernidad.
 
 
 
 

 

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