Por Julio Carpio Vintimilla

 

La sensatez sociológica, antropológica e histórica empieza a instalarse en la Argentina. El país parece sentir y asimilar su evidente realidad latinoamericana, sin complejos

 

Los extranjeros suelen advertirlo a primera vista: En cualquier ciudad argentina, se ve un buen número de personas de aspecto mestizo o indígena. Y nosotros mismos hemos oído, alguna vez, un comentario que corresponde a la situación: ¿Y cómo dicen que aquí toda la gente es europea; española, italiana, etc.? Y, por otro lado, nosotros también, con anterioridad, ya lo habíamos advertido en varias formas; e, incluso, en una  accidental y  bastante particular: Veíamos, en las calles, muchos rostros parecidos a aquellos de los gauchos del famoso pintor Florencio Molina Campos. (En general, mestizos, por supuesto; alguno que otro con un aspecto casi plenamente indio o aun algo negroide…) Y, en verdad, desde hace un siglo,  ciertos buenos observadores lo habían dicho y, además, lo habían escrito. (El dominicano Pedro Henríquez Ureña, por ejemplo, afirmó que la Argentina mestiza se iniciaba en la provincia de Córdoba; es decir, más o menos donde termina la Pampa Húmeda de la costa atlántica, el acceso  más fácil y frecuentado del país. Y el geógrafo estadounidense Preston James señaló que -- fuera de Buenos Aires y el Litoral -- sólo había aportes inmigratorios importantes en Córdoba, Mendoza y Tucumán…) Se podía concluir, pues, que la condición mestiza de la Argentina -- negada u ocultada por muchos -- era nada más que uno de esos hechos vergonzantes de la vida… Nada más… Y que, por lo tanto, -- para enmendar una conducta errónea -- debía ser reconocido. Pero, a pesar de todo, el equivocado tópico de la Argentina blanca seguía y sigue repitiéndose y circulando en el mundo. (Muy probablemente, lo habrá encontrado usted en alguna enciclopedia, anuario, guía turística…) Tales publicaciones -- que confirman que ciertos errores, como los gatos, tienen siete vidas -- ignoran que la Universidad de Buenos Aires (UBA) comprobó, con un estudio del ADN colectivo, que el sesenta por ciento de la población argentina tiene una parte de sangre india. Por esto último, en consecuencia, queda perfectamente claro que el mestizaje argentino está ya, sin duda, demostrado. Y, por lo mismo, que las especulaciones y discusiones al respecto -- si alguna vez las hubo --  no tienen ningún asidero. Y, entonces, hoy, nosotros deberemos limitarnos a las implicaciones del asunto. A ello.
 
Resulta interesante examinar cómo se fue constituyendo históricamente la población del país. Los primeros los hijos del suelo, como dice el himno nacional del Ecuador: Hace unos nueve o diez mil años, los indios americanos ya estaban presentes en las diversas regiones de la actual Argentina. Y, luego, al llegar, -- desde el Perú o por el Océano Atlántico -- los conquistadores españoles se mezclaron con ellos. (Según las deducciones de los lingüistas, la palabra española gaucho viene de la quechua huacho huérfano, sin padre; originada por el hecho de que los españoles se juntaban con las indias y posteriormente abandonaban a sus hijos…) Esa población mestiza -- con predominio de sangre originaria -- fue creciendo; y  formó, con el tiempo, un grupo especial, vigoroso y  representativo. (Aindiado o “negro”  son los adjetivos argentinos que se aplican a los miembros más oscuros de este grupo. Al respecto, la anecdótica afirmación que sigue es  casi natural y lógica: Negro es el apodo argentino más generalizado. Por otra y diferente parte, pero en el mismo punto, hallamos un pequeño y demostrativo detalle de la cultura nacional: Una gauchada es un acto que se considera muy típico, noble y aun ejemplar.) Al mismo tiempo, en Buenos Aires y las principales ciudades, creció también el grupo de los españoles americanos, los criollos; aquí, hasta principios del siglo XX, siempre tan destacados y destacables. (Ellos pusieron, en rigor, la sólida base cultural del país. Criollos fueron San Martín, Rosas, Sarmiento, Roca, Avellaneda, Mitre… Y su obra es ampliamente reconocida. Aunque, por supuesto, no todo lo de ellos se considera bueno y loable… Acordémonos del caudillismo, de la famosa y más bien negativa viveza criolla y otras cosas más.) Y, desde África, -- directamente o vía Brasil o Banda Oriental --  llegó también algún contingente negro. (Quedan sus huellas; más de las que podrían suponerse, según unos estudios recientes; he aquí, al azar y para más señas, la letra de una canción conocida: “Candombe, candombe negro, la fiesta de Buenos Aires…”  Es un ingenuo y grueso error sostener que los negros fueron sacrificados, en su casi totalidad, en el Ejército de los Andes. En un gran monumento a la Independencia -- en el Cerro de la Gloria, Mendoza -- hay un soldado negro: Un interesante reconocimiento a la participación afroamericana en las luchas libertarias.) Luego, -- con la gran ola inmigratoria; 1880 - 1930, sobre todo -- se produce la europeización étnica de los argentinos. (Llegaron unos tres millones de extranjeros; italianos y españoles, la mayoría; más unos cientos de miles de árabes, judíos, alemanes, eslavos…) La última etapa del proceso se produce a partir de la década de los cincuenta; cuando arriba algo más de un millón de inmigrantes de los países limítrofes; principalmente, paraguayos y bolivianos, pero también uruguayos y chilenos; de más allá, viene un considerable grupo de peruanos; y, de mucho más allá, otro grupo de orientales… (De hecho, y como tenía que suceder, el nuevo aporte latinoamericano ha contribuido aún más al mestizaje argentino.)
 
La clave de este asunto es la siguiente: ¿Cómo explicar el casi gratuito “blanqueamiento” nacional?  Bueno, parece ser la consecuencia, principalmente, de un cierto complejo de superioridad de los españoles peninsulares y de los criollos; quienes, antaño, mostraban netas y notorias actitudes racistas y aristocratizantes. Dicho complejo se correspondía, a su vez, con otro, de inferioridad, de los mestizos, de los indios y de los negros. (Estas circunstancias -- como se sabe -- persisten hasta hoy, en alguna medida, en todos los países hispanoamericanos; salvo quizás los muy especiales casos de Costa Rica y de México.) Luego, además, -- con la educación general “acriollada” -- el prejuicio blanquista se extendió a toda la población del país. Ayudó también, en el proceso, la apreciación superficial de muchos viajeros del exterior; los que, generalmente, sólo visitaban la cosmopolita, próspera y atractiva ciudad de Buenos Aires; y no el interior profundo, ni la tierra adentro más mestiza, tradicional y característica. (El Gran Puerto y el Interior constituyen una clásica dicotomía argentina, bastante perjudicial y no superada.) Y, de este modo, se llegó hasta el distorsionamiento demográfico irracional, la exageración etnicista y, en cierto modo, la ceguera perceptiva. Todo aquello que se expresa muy bien en este desmañado, muy falso y  bastante popular juego de palabras: Los peruanos descienden de los incas; los mexicanos, de los aztecas; nosotros, los argentinos, descendemos de los barcos…/ Ergo: Somos europeos… Así de simple, ¡caray!…
 
Concluyamos. Hoy día,  -- después de casi un siglo de frustraciones y  fracasos repetidos -- la sensatez sociológica, antropológica e histórica parece que empieza a instalarse en la Argentina. El país, en general, parece sentir y asimilar su evidente realidad latinoamericana. Y parece  irse acomodando a ella, ya sin complejos. Se insinúa, al presente, un elemento de autoestima y revaloración: un nuevo y  positivo orgullo mestizo, que se va extendiendo. El mestizaje -- opinan algunos -- es muy bueno, por varias razones… Aún más: Se advierte, con buenas miras, que el mestizaje formará la humanidad del futuro. Y se reconoce, con satisfacción, que, en esto, los latinoamericanos hemos sido los pioneros. Por lo tanto, la pretensión argentina de ser blancos fue sólo una ingenuidad y una equivocación…Y fue, también, desde luego,  una actitud segregacionista y muy injusta… Y, hasta, -- se dice -- hicimos un poco el ridículo… Bueno, en fin, como siempre, la realidad ha sido porfiada. Resistió e insistió. Y ha terminado diciendo lo suyo, en forma muy contundente, convincente y prácticamente definitiva: Mis queridos señores, somos mestizos. Asúmanlo. Y punto.
 

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