Por Julio Carpio Vintimilla

 

Dolores Hidalgo es una antigua e histórica ciudad. A su entrada, hay un cementerio. Y, en éste, un curioso monumento, erigido a la memoria de José Alfredo Jiménez, el muy famoso músico popular (1925 - 1973)… La basílica de Guadalupe es el lugar de peregrinación católica más famoso del mundo, siempre colmado de visitantes: fieles y  turistas. En el momento más emotivo de la visita, unos y otros -- sobre una correa mecánica -- pasan, sólo por unos instantes, debajo del famoso cuadro de la virgen

 

México es una virgen y una canción. Es religiosidad y música notables, evidentes. ¿Estamos simplificando?  Sí. Y, por ello, -- para compensar -- ampliemos y maticemos . No se nos oculta que México es también violencia, narcotráfico, pobreza, emigración, corrupción… Y otras cosas diversas… (Pero no hablemos hoy de problemas y desgracias; ni de éxitos económicos, ni de entreveros políticos…) Y sólo digamos, en directas y generales palabras, que México tiene una muy fuerte y muy característica identidad cultural. Bueno, esto es algo que ciertamente lo sabe un buen número de personas… (Sin embargo, y a pesar de ello, la comprobación de tal hecho, sobre el mismo terreno, resulta atractiva y grata.) Como siempre, en casos de esta índole, hay mucho, demasiado, que decir. Mas, en honor a la brevedad, deberemos ir pronto a lo principal. Y limitarnos a unos tres ejemplos claros. Adelante.
 
Dolores Hidalgo es una antigua e histórica ciudad. A su entrada, hay un cementerio. Y, en éste, hay un curioso monumento; erigido a la memoria de José Alfredo Jiménez, el muy famoso músico popular (1925 - 1973). (Los mexicanos tienen un gran sentido de la monumentalidad; la que, con frecuencia, expresa correctamente el espíritu de su nación.) El monumento es en realidad sencillo. Sobre el piso, en cemento y hierro, se ha construido un gran sombrero de charro, a unos 45 grados de inclinación. A su sombra, está la tumba de Jiménez, con el epitafio LA VIDA NO VALE NADA. (Él así lo pidió; como pidió también ser enterrado en su “pueblo” de origen y no en el capitalino y patricio Panteón Nacional.) Al costado del sombrero, otra estructura -- hecha con los mismos materiales -- representa un sarape (poncho) plegado. En cada pliegue, se ha escrito el nombre de una de varias escogidas canciones del compositor: CAMINO DE GUANAJUATO, EL REY, ELLA, PALOMA QUERIDA… / En el centro de Hidalgo, se puede visitar la casa en la que Jiménez creció. (Inaugurada hace unos seis años, ha recibido ya cientos de miles de visitantes, de muchas nacionalidades.) José Alfredo -- como se lo llama, con una cierta amigable confianza -- fue, a la vez, un poeta popular y un músico autodidacta. Un cantautor, como hoy se dice; que supo, a la par de los juglares de antaño, que la más auténtica poesía se hace para ser cantada. Para ser cantada por el pueblo…Jiménez expresó sus propios amores y sus propias penas. Y también, con ellos o a través de ellos, las preocupaciones, las esperanzas, las virtudes y los defectos de sus compatriotas… Fue feliz y desgraciado; fue afortunado y atribulado; fue reconocido… Como Cantinflas, -- otro gran artista de su país -- Jiménez fue, en su obra y en sus actos, muy popular. Y nunca necesitó ser ni un populista, ni un ideologizado y estereotipado militante social…/ En definitiva, nos parece que el arte de Jiménez muestra muy bien un lado destacable de la robusta identidad mexicana. (Al igual que, en otros lados, la muestran también las letras, el arte culto, el pensamiento…) Y vamos al segundo ejemplo.
 
La basílica de Guadalupe es el lugar de peregrinación católica más famoso del mundo. Está siempre colmado de visitantes: fieles y  turistas. En el momento más emotivo de la visita, unos y otros -- sobre una correa mecánica -- pasan, sólo por unos instantes, debajo del famoso cuadro de la virgen; hecho con el tosco tejido de Juan Diego. Y ahora vamos, ya, a lo principal de este punto. Creemos nosotros que, probablemente, las vírgenes sean la evolucionada expresión católica de las muy antiguas diosas de la fertilidad. En otras palabras, la virgen es una representación concreta de los diversos dones y atributos de la vida. (En tantas formas: lo puro, lo inicial, lo intocado; la siembra, el nacimiento; la promesa, la esperanza; aún el misterio, la suerte y la fortuna.) Es también, parcialmente, la creencia que explica el mundo; la creencia que da fuerzas a los humanos; la creencia que ilusiona y consuela a los sufrientes. Y esa vida, auténtica, realista, incluye igualmente la muerte. (Desde luego, por supuesto, que,  para los mexicanos, la cosa es así; y es necesario especificarlo y remacharlo con el énfasis que nosotros ponemos en el detalle.) La muerte es vista, en México, casi sin miedo: con bastante naturalidad; con sólo un poco de respeto; y, hasta, con una cierta dosis de gracia y humor. Y, siguiendo, no es exagerado decir que los mexicanos son más marianos que cristianos; mucho de María y  más bien poco de Cristo… (Localmente, mucho de Guadalupe y más bien poco de El Cubilete. Y eso nada menos que en el clásico país del machismo… Y, aquí, un además: Lo mariano, con sus explicables variantes, se repite en algunos de los países de nuestra gran región.) Y, en fin, señalemos que la virgen no es teológica, ni demasiado veneranda; no es, precisamente, la altísima y  poderosa Reina de los Cielos, la Madre de Dios. Es, más bien, La Lupe o La Lupita; una digna, entrañable y familiar señora; a la cual hay que llevar, en la mañana del 12 de Diciembre, -- el día de su cumpleaños -- una serenata con mariachis… La religiosidad mexicana es, pues, muy viva, muy especial y muy característica. Y, a continuación, vayamos a lo tercero.
 
En América Latina, lo étnico es un asunto muy importante. Para bien y para mal…Y, con bastante frecuencia, es un tema complicado, delicado y sensible. Hemos oído, en México, a un resentido que le trataba a Hernán Cortés nada menos que de hijo de puta. (La muestra, talvez  rara, de un indigenismo elemental, destemplado y amargo…) Y sabemos, por otra parte, que también existe por ahí un ingenuo y  residual filohispanismo. (Por caso -- y sin ganas de censurar lo bueno y loable -- eso era la admiración que Agustín Lara manifestó en sus famosas canciones de tema peninsular.) Los mexicanos llaman malinchismo a todas las actitudes abiertamente extranjerizantes; por Doña Marina, La Malinche, amante del dicho capitán extremeño y traductora de los soldados españoles. Pero, al respecto, el sentimiento nacional dominante es el positivo orgullo mestizo. Aun los mexicanos de aspecto blanco se autocalifican de mestizos. (Y lo son, en verdad; si no en lo étnico, sí, plenamente, en lo cultural. Véase, de paso, la  similaridad con la respectiva y conocida actitud brasileña. Y, al revés, el notorio contraste con algunos postizos “blanqueamientos” sudamericanos.) Terminemos. Escuchado en México: La Conquista no fue realmente una victoria de los españoles. Tampoco fue realmente una derrota de los aztecas. Y si fue, en cambio,  -- mestizaje mediante --  el inicio de una nueva y gran nación, la mexicana./  Así -- con honradez y sin complejos -- se debe hablar en nuestra Patria Grande. Y, sobre todo, así se debiera sentir y proceder.          
 

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